Jueves, acababa de regresar de un
viaje de trabajo de tres días al Sur de México, estaba algo cansada pero tenía
programada una cita con el Oncólogo. No es fácil pararse ahí, el ambiente
siempre es frío y tus compañeros de sala de espera son generalmente personas
con un cáncer muy avanzado. Yo había tenido suerte, hace dos años mi melanoma1
fue detectado en etapa II por lo que mi expectativa de vida se resumía en
detectar de forma temprana una recaída. Fui con la secretaria y le entregué
como cada revisión, el resultado de los estudios que con periodicidad me son
indicados. Vi de reojo mi expediente, la indicación mencionaba “En vigilancia”.
Era una buena noticia dentro de todo, significaba que mi salud estaba bien y
que solo debía preocuparme por poner atención para actuar rápido si algo no iba
bien. Volví a sentarme y salió del consultorio la paciente que estaba antes que
yo en la lista, una señora mayor creo, aunque no sé qué tan grande era, su
quimioterapia seguramente había acabado con sus cabellos y aunque tuviera 35
años, para mi parecería como alguien de 60. Me sonrió levemente, a veces pienso
que no necesitamos hablar, sabemos que tenemos miedo pero nos sonreímos como
diciendo “Entiendo perfectamente lo que estás pasando”. Era mi turno y esta vez
no había ido sola, David mi esposo me acompañó. La mayoría de las ocasiones
prefiero ir por mi cuenta ya que así quien sea que esté a mi lado, no tiene que
vivir el estrés de entrar ahí y esperar no escuchar algún mal diagnóstico. Pero
en esta ocasión David se ofreció a ir conmigo, no me negué y pensé que sería
bueno él también escuchara los avances e indicaciones.
Todo transcurrió con normalidad,
revisamos los estudios de sangre, los cd’s con los ecos y radiografías. Estaba
limpia aún… siendo el linfedema2 el único rastro de aquella
enfermedad, el cual sabía que no tenía cura pero ya con dos años me había
acostumbrado a vivir con él, solo que en ocasiones sí extraño los tacones altos
y estilizados, la hinchazón que me provoca esa enfermedad me permite solo
usarlos unas pocas horas antes de que mi piel salga por todos lados. El doctor
me preguntó cuándo había sido mi último PET-CT3 (yo llamo a ese
estudio el “Túnel del Tiempo” ya que es una tomografía donde me inyectan líquido
radioactivo y me meten a un túnel durante media hora sin poder mover ni un
musculo, ¡el tiempo pasa sumamente lento ahí!), le dije que hacía un año y
medio, así que me dijo “Ok, es hora de programar el siguiente… aún estas con tu
aseguradora de siempre ¿verdad?”… La verdad era que no, había cambiado de
trabajo y por cláusulas inamovibles de las compañías de seguros, solo me
cubrirían mi padecimiento dos años más o un millón de pesos (lo que sucediera
primero). Cuando yo supe de estas letras pequeñas, primero me preocupé un poco,
pero luego me tranquilicé pensando que como ya habían pasado dos años,
seguramente una recaída sería aún menos probables y aunque así fuera, lo
detectaría a tiempo y sería “barato” atacarlo con una operación. Le dije esto a
mi doctor con toda la seguridad del mundo pero él no pareció estar contento con
mi racional de “lo tengo todo bajo control”. “El tratamiento del melanoma
reincidente es de 400mil pesos al mes, ese millón de pesos no te será
suficiente. El melanoma es engañoso, si recaes es probable sea interno. Además
son solo dos años más, aún podrías recaer en 3, 4 o 5… ¿No tienes otro seguro?
¿O ciudadanía americana que puedas comprar uno allá?”… Entré el pánico cuando
me comenzó a hacer esas preguntas, la última vez que las escuché fue cuando
recién me detectaron el mal y todos los doctores apresuradamente comenzaban a
preguntarme si estaba asegurada y de cuánto era la suma. No supe qué contestar
más que un “No, no tengo nada de eso”… me quedé en silencio un momento y después
dije: “¿Realmente esa es la única solución? Son cantidades enormes de dinero
que estoy segura un porcentaje exageradamente alto de la población no lo puede
pagar… ¿Qué hacen todos ellos?”… “Se van a su casa” concluyó mi doctor.
Quizás los años y los miles de
casos de pacientes enfermos han hecho a los Oncólogos personas muy frías, y
aunque uno pudiera entender eso, es muy duro cuando es a ti a quien se lo
dicen, no están hablando de una diarrea o de si tu perro es propenso al
moquillo, es tu vida, es realmente todo lo que tienes en el mundo. Aguanté las
ganas de soltarme a llorar y seguimos con las revisiones físicas. No quería
voltear a ver a David, sentía que si lo hacía no podría contenerme. Concluimos
la consulta, por ahora seguía limpia.
Crucé por la puerta y afuera de
nuevo la sala de espera, ahora era otra señora quien intercambiaba “la sonrisa”
conmigo, ella tenía cabello, quizás no había necesitado quimioterapia aún.
Salimos al pasillo rumbo a los
elevadores del edificio y me solté a llorar, estaba muy asustada, David me
preguntaba qué pasa. Nos sentamos en unos sillones y no quería hablar, no
quería decir nada, estaba asustada, tenía miedo. Cuando por fin tomé algo de
aire dije: “¿Sabes que en algún momento voy a tener que dejarme morir?”. Creo
que contagié a David de mi depresiva actitud porque vi una ligera lágrima salir
de sus ojos. La sensación de ese momento era difícil de explicar. Yo realmente
en ese instante no tenía nada y estaba tan sana como un competidor de triatlón,
pero la verdad me costaba encontrar las palabras para expresar que básicamente
estaba muerta de miedo de no saber por cuanto tiempo iba a estar bien y más aún
que cuando ese día llegara, tendría que dejar que me consumiera porque odiaba
la idea de pensar en tratamientos que dejarían a toda mi familia en la quiebra.
Si, estaba adelantándome mucho, mi probabilidad de recaer seguía siendo del 50%
(es decir tengo las mismas probabilidades de reincidir y de no reincidir), solo
que ahora ese 50% en mi mente se traducía en morir, ya no era de recaer o no
recaer, era de vivir o no vivir. Ahí sí sonaba más espeluznante.
Una pareja pasó rumbo al
elevador, el piso de Oncología y Quimioterapia no está lleno de globos ni
adornos en puertas como el de Maternidad, por lo que a quienes te topas en los
pasillos tienen dos tipos de semblantes en su rostro, o muestran una
tranquilidad por la fe a la que se adhieren, o están fríos y cabizbajos como
molestos con la realidad que les tocó vivir. La pareja se regresó al sillón en
el que David y yo nos encontrábamos y solo así la señora me tomó la mano y me
dijo que sí se podía y que no tuviera miedo. Ella llevaba las mejores
intenciones pero la verdad solo me sentí peor. Más débil.
David me llevó a comer, esta vez
no me importó nada y quise una hamburguesa para reanimarme. Durante la comida
David me decía que no me preocupara en este momento, que nada estaba pasando, y
que cuando ese día llegara buscaríamos qué hacer, pero que no había caso en
sentirse mal ahora. David estaba 100% en lo cierto, seguramente es el mismo
consejo que yo le daría a cualquier persona que llegara conmigo en esas
condiciones, pero aunque tenía razón, en ese momento no quería razones
coherentes, no quería consejos, no quería soluciones, quería llorar,
desahogarme y sentirme triste unas horas. Luego sabría que habría recuperado la
cordura y podría volver de nuevo a la oficina (todo esto ocurrió durante
nuestro horario de comida). Pero ¿cómo podría culpar a David por sus consejos?,
él estaba viviendo su proceso también, quizás lo que me estaba diciendo era en
realidad un consejo para él mismo.
Una de las cosas que David dijo
para tranquilizarme era que la vida en sí misma es frágil, que había un alto
porcentaje de personas que mueren en accidentes automovilísticos y que quizás
eso era más probable a una reincidencia mía. Si, tenía razón, pero esos eran los
porcentajes de la población… no se siente igual a que te digan los tuyos, los
de tu vida en particular.
Regresé a la oficina unos minutos
después, debía atender una junta. Al llegar me direccionan la queja de un alto
ejecutivo sumamente molesto porque habían movido su lugar en el
estacionamiento, me pareció un tema tan tonto en ese momento… ¿cómo había
alguien a quien le importara tanto esas cosas?... Tomé aire, no era él el que
estaba mal, era que a mí me acababa de caer un balde de agua fría y por ende
algunas cosas me parecían insignificantes… ¿la gente sabe siquiera que tiene
vida y que sin ello todo lo demás es una tontería?
Necesitaba hablar de lo que me
había sucedido ese día, busqué a mi mejor amigo José para tomar un café al
salir del trabajo. Él entendió de qué se trataba, ya había ido conmigo algunas
veces a recoger resultados antes. Cumplió su función de amigo y solo me escuchó
quejarme y me dio un abrazo, me dijo que quería estar conmigo sin importar lo
que viniera después. Me sentí tan afortunada de tenerlo.
Los días transcurrieron con
normalidad y poco a poco la noticia dejaba de ser molesta en mi mente, una
mañana me dije a mi misma: “Tengo que aprender a vivir con esto”… y entonces
sentí como si me hubiera dado cuenta de algo en mi misma frase, tenía que
aprender a vivir, con o sin esto, con todo y sin nada, pero el truco era
aprender a vivir.
Hace dos años que mi historia en
esto comenzó, y ahora que veo cómo me cambió la vida y la forma de ver ciertas
cosas me pregunto: “¿Antes sabía vivir?”… ¿Cuántos de nosotros realmente
sabemos lo que es vivir y no solo andar por la vida?... La gente que se queja,
que lastima, que daña, que hiere, que no hace nada, que es un parásito que
consume el tiempo y la energía de otros… ¿Ellos saben vivir? ¿Saben lo que
tienen en sus manos? Me identifico y los entiendo porque en algún momento fui
así, soberbia, fría, quejumbrosa, molesta con todo. Olvidando con mucha
facilidad lo maravilloso que es simplemente estar viva.
El haberme dado cuenta que mi
vida tenía límite de tiempo y que en efecto no existía ninguna garantía me
sensibilizó a muchas cosas, a disfrutar más, leer más, conocer y aceptar a más
gente. A proponerme que cada vida que tocara procuraría dejar una huella
positiva desde que comencé a hacerme la pregunta de ¿cómo quiero que me
recuerden?
Una situación así no nos
sentencia a la muerte, NOS SENTENCIA A LA VIDA. Nos abre los ojos. Si, nos
deprime pero también nos impulsa. Nos enseña que hasta ése momento habíamos
desperdiciado mucho tiempo para disfrutar y ser agradecidos por lo que nos
rodea. Es verdad que es muy triste pero también muy revelador. Da miedo, muchísimo,
pero ante semejante situación por fin nos desnudamos ante lo inevitable: Morirás…
¿qué vas a hacer con el tiempo que te queda?
1 Melanoma: Es una
grave variedad de cáncer de piel, causante de la mayoría de las muertes
relacionadas con el cáncer de piel. Se trata de un tumor generalmente cutáneo,
pero también del intestino y el ojo (melanoma uveal) y altamente invasivo por
su capacidad de generar metástasis. Actualmente el único tratamiento efectivo
es la resección quirúrgica del tumor primario antes de que logre un grosor
mayor de 1 mm.
2 Linfedema: Se
refiere al tipo de edema producido por una obstrucción en los canales
linfáticos del organismo. Tal situación se produce por la acumulación de la
linfa (compuesta por un líquido claro rico en proteínas y fibroblastos) en los
espacios intersticiales (área existente entre las distintas células de un
tejido), dentro del tejido celular subcutáneo. Obedece por lo general a un
fallo o a una insuficiencia en el sistema linfático, y trae como consecuencia
el aumento del volumen de las extremidades, en forma completa o parcial, y la
desaparición de los relieves que por debajo de la piel se aprecian.
3 PET-CT: Estudio de
medicina nuclear y tomografía computarizada se utiliza para detectar actividad
cancerosa en el cuerpo del paciente.