lunes, 6 de noviembre de 2017

La Muerte de un Amor

Querida Aime, este Cada Martes es para ti y para mi primo Abraham. A su amor, que todo lo superó hasta el último día.


Decía Harold Kushner en su libro “Cuando las cosas malas le pasan a la gente buena” que habrían en nuestro paso por la vida un sin fin de situaciones, propias o ajenas, en las que no logremos entender cómo puede sucederle algo tan desastroso a un increíble ser humano, a una niña que apenas comienza a vivir, a un joven estudioso. Nos advirtió que la vida no siempre tiene que ser justa y que llegaría el momento en que cuestionaremos duramente a Dios y dudaremos de su poder omnipotente, de su buen juicio, de su bondad y quizás lo transformaremos en un Dios vengativo. Tal vez varios miembros de mi familia nos encontramos en esa situación hace algunas semanas.

Era un lunes cualquiera, salí de la ciudad como es normal en mi agenda de trabajo a visitar diferentes zonas del país. Todo transcurría de forma habitual hasta la hora de la comida. Estábamos mi equipo de trabajo y yo camino a un hermoso restaurante de la zona cuando de pronto, mi esposo me llama para darme una terrible noticia, de esas que no quieres ni esperas recibir jamás, y más aun cuando te encuentras lejos de los tuyos. Un primo mío muy cercano de apenas 27 años había fallecido. Creí escuchar mal, quizás a todos los que nos llamaron para avisarnos pasamos por lo mismo, esa sensación donde crees que te dirán que es una muy mala broma... pero David jamás diría algo así. “¡¿pero por qué, de qué?!” le cuestioné al teléfono. No sabían nada, nadie sabía nada. Le pedí que buscara a mi mamá para ver cómo estaba, dónde estaba, era su ahijado el que había fallecido. Yo llamé a mi hermano para avisarle. Todos estábamos en shock.

Volví a la mesa, apenas probé la comida, se me fue por completo el apetito. Regresé a la oficina, un miembro de mi equipo me dijo ”Ve a casa, debes estar con tu familia”. Tomé el teléfono y llamé a la agencia de viajes, cambié mi vuelo a primera hora de la mañana siguiente. Debía buscar a mi familia, saber cómo estaba mi madre, mi tía, mis primos. Abraham era hijo único.

Madrugué, el vuelo era muy temprano. En el trayecto aéreo cerré los ojos un momento y soñé que me decían que era mentira, que habia sido una falsa alarma y que mi primo estaba con vida. Supongo era mi etapa de negación haciéndose presente. Aterricé y fui por mi madre, ambas llegamos juntas a la funeraria y todo era una realidad, ahí estaba mi tia, con la mirada perdida, algunos primos comenzaron a llegar junto con nosotras, mi esposo también nos alcanzó. Pero dentro de todos nosotros en la familia, habia olvidado a una persona sufriendo de una manera muy diferente a la nuestra. Hacía tiempo no la veía, lloraba sobre el féretro. Aime, la novia de mi primo desde hacía más de 7 años.

En situaciones de tristeza y dolor de un ser querido, llámese amigo o familiar, incluso desconocido, solemos empatizar con quien pudiésemos compartir el tipo de dolor ya sea en el pasado (que nos haya sucedido a nosotros) o en nuestra imaginación (que creemos que pudimos haber sido nosotros). Mi tia vivía un duelo muy duro, era su hijo, su único hijo. Mi madre y mis otras tías lloraban desconsoladas y aprovechaban cualquier momento para ir a abrazarnos a nosotros, como si temieran fuertemente también perdernos. Pero aunque claro sabía que el dolor de mi tía era inmesurable, por alguna razón era a Aime a quien no podía dejar de ver. Es probable que yo no haya empatizado con el dolor de mi tia a su mismo nivel porque yo no tengo hijos y mi corta experiencia en la materia no me permite dimensionar el impacto, pero Aime perdió al amor de su vida, al hombre con el que creyó harían una familia y envejecerían juntos. Podía sentir su dolor y me asustaba el hecho de solo pensar en ponerme en sus zapatos. David se encontraba junto a mi, y no pude contener las lágrimas.

Me acerqué a Aime unas horas más tarde, quería decirle algo que le ayudara a sanar su difícil momento pero la verdad es que todas las palabras sobraron, no tenía la más mínima idea de cómo siquiera abrir la boca, mis miles de consejos, miles de ideas, razonamientos y lógicas no cabían en la funeraria, en ese sillon en el que Aime se encontraba. La vi a los ojos y lo único que salió de mi boca fue "no sé si hay algo que yo pueda hacer... ". No espere su respuesta: Escribe algo.

Durante días estuve pensando en cómo hilar una historia tan triste en algo que no solo dejara huella en el corazón de Aime sino en el del resto de nosotros, los que leemos esto y no queremos siquiera imaginar el dolor de que el amor de nuestra vida, nuestro compañero de aventuras, nuestro más fiel confidente, no volvamos a verlo nunca más. Y es que pocas cosas nos asustan tanto en la vida como las pérdidas, huimos de ellas, las evitamos, negamos y muchas veces hasta nos aferramos tanto con tal de no vivir el duelo de perder a alguien, pero justo como Albert Espinosa lo dice en su libro "Los Secretos que Jamás te Contaron": "Cada año haz una lista de las personas que hay en tu vida, pon las que te importan, las que son básicas para tu desarrollo. Ése es tu tesoro, tu energía, tus perlas... Esas personas, tarde o temprano, lo quieras o no, se irán... hay que comprender que desaparecerán." No importa qué tan maduros o ingenuos, viejos o jóvenes seamos, a todos se nos olvida la mayor parte del tiempo que, efectivamente, no siempre tendremos tiempo. Tiempo para abrazar, para decir, para ver, para oir, para siquiera sentir la respiración de esa persona que tanto nos importa. Esa persona, la que hoy nos llena de vida, tarde o temprano desaparecerá de nosotros y jamás volveremos a verla. David tenía la costumbre de que cuando discutíamos prefería irse a la cama sin hablar, yo le he peleé mucho ese hábito ya que le decía: "Tú aseguras que vas a despertar a mi lado, pero algun día esto no sucederá y te sentirás tan tonto por estos momentos".

De acuerdo, hasta aquí todo parece una historia bastante triste y una realidad que a nadie nos gusta, ¿cómo la vida puede ser así?... bueno, la verdad es que ese simple hecho no nos debiera entristecer sino hacer reflexionar si estamos haciendo lo correcto con nuestro tiempo, con nuestras palabras y con nuestros actos. ¿Estamos disfrutando la vida lo suficiente? ¿Estamos abrazando lo suficiente?

¿Y qué hay entonces de los que ya perdimos?... como el caso de Aime o de cualquiera de nosotros que sufre una pérdida, debemos de comprender que las pérdidas son parte de nuestra vida, ¡de todos! y nos enseñan más que cualquier otro acontecimiento, y aquí la parte más hermosa de todo: Esas personas que desaparecen de nuestra vida, realmente jamás se van, llegan a vivir dentro de nosotros. ¡Podemos quedarnos con una parte de ellos para seguirlos sintiendo y para que nos ayuden y se fusionen dentro de nosotros!. Tomamos lo que nos enseñaron mientras compartimos espacio con ellos, esos increibles consejos, esas risas que solo ellos podían sacarnos. Su vida misma fue una escuela para nosotros que tuvimos la dicha de vivirla junto a ellos. Y entonces agarramos el mensaje y hacemos de su vida un legado a través de nosotros. Los consultamos en nuestros sueños si queremos tomar alguna decisión y hasta compartimos con ellos nuestros logros, se los dedicamos al mirar al cielo y agradecemos por tanto que nos dieron, ya que a pesar de que hoy ya no están con nosotros, qué regalo más hermoso que el tiempo que nos dedicaron y que hoy nos hace ser mejores.

Aime, tu dolor me sigue dejando sin palabras, sin embargo quiero decirte que te guardo un profundo respeto y admiración por lo que te estás sobreponiendo. Y aunque ninguno de nosotros queremos pasar por ello y nos deshace el corazón solo pensarlo, es una realidad que todos, absolutamente todos, tendremos que enfrentarnos a la pérdida tarde que temprano. Pero Aime, luego de mucho recapacitar creo que tú tienes una misión en la vida, en la gente que te rodea, y esa es la que mi primo te ha encomendado. Hay un propósito, un para qué, un qué harás con este reto en tu vida... como yo alguna vez lo hice con Cada Martes.



Todos tenemos un mensaje en la vida, algo que solo nosotros podemos enseñarle al mundo, a nuestro mundo, a la gente que nos rodea y tocaremos sus vidas. Ya que aunque hoy hablemos de los que perdemos, nosotros algún día desapareceremos también y solo se quedará lo que compartimos con nuestro mundo, nuestra gente... ¡Asegúrate que ésa también sea una gran historia que todos quieran escuchar!.




Primo, Abraham, no tengo más que decirte gracias, por el ejemplo que dejaste en vida y por lo que nos llevamos de tu entereza y fuerza para los que acá nos toca quedarnos. Gracias... y hasta pronto.




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