Todos en la vida hemos llegado a
sentir odio por alguien que nos causó algún daño, quizás no duró mucho tiempo y
rápidamente dimos vuelta de hoja, o tal vez no y lo hemos cargado por años.
Quizás fueron nuestros padres, un hermano, algún amigo traicionero, una pareja
mal agradecida, un delincuente que nos robó el auto o peor aún, que hirió a un
ser querido. Sea cual fuese el caso, el rencor que llegamos a sentir hacia otra
persona derivado de un acto a nuestros ojos injusto es en cierta medida normal
y entendible. La rabia, el coraje, hasta el deseo de venganza no es más que
nuestro dolor y tristeza exteriorizada en enojo. Estamos heridos. Ahora bien,
siendo nosotros las víctimas de la situación y teniendo claras nuestras
razones, alguna vez nos hemos detenido a preguntarnos "¿Por qué el otro hizo lo que hizo?, ¿Que pudo haber llevado a ese
amigo traicionarnos, a nuestros padres a no ponernos atención, a nuestra pareja
a engañarnos, o hasta a ese delincuente robarnos el auto a mano armada?"...
lo sé, lo que hacen algunos parece inexcusable, pero no es mi punto
justificarlos, sino el expresarles cómo al nosotros hacernos este tipo de
preguntas podemos ir por esta compleja vida con menos carga y me atrevo a
decirlo, ser más felices.
Si bien aunque jamás he sido muy
religiosa, en algunos lapsos de mi vida tuve la inquietud de hablar con Dios y
pedirle por varias cosas: exámenes en la escuela, salud de mis padres y uno que
otro corazón roto de mi adolescencia. Pero jamás en mi vida mi fe había estado
tan cuestionada como hace algunos años cuando una serie de eventos estresantes
en mi vida dieron lugar casi al mismo tiempo. Pasé un difícil divorcio cuando
pensé que esas cosas solo le ocurrían a señoras de arriba de los 40, no a una
mujer de 25 que apenas empezaba a vivir su vida en pareja. Un año más tarde fui
detectada con Cáncer de piel y fue justamente ahí cuando lo poco que me quedaba
de fe se perdió... ¿Por qué? Bueno, es bastante obvio, en una mala racha es muy tentador enojarse con la vida, con Dios, con
el destino o con lo que sea que creamos. El mundo es injusto, yo soy el
bueno y he sido una cruel víctima de los giros que da la vida. Se acaban las
bondades con el mundo, existe gente muy mala en él ¡y ésta debe pagar por sus
acciones! Dios es vengativo (ingrese aquí el "¿por qué a mí?")... o
simplemente no existe.
Volviendo a mi particular dilema
de joven divorciada, mi ex esposo tuvo algunas ‘áreas de oportunidad’ dentro de
nuestro novato matrimonio. Me había engañado y maltratado por años. Me abandonó
en medio de mi dolor, nos dejó a mí y a nuestra perra en la casa que recién
habíamos adquirido la cual se debía toda. Me dejo no solo destrozada
anímicamente sino endeudada y creo firmemente que gracias a ese estrés
desarrollé mi enfermedad... perdí muchos kilos (bueno, eso estuvo bien), lloré
varias veces por no poder pagar mis deudas, en algún momento tuve 3 empleos, en
fin, el drama en su máxima expresión. Sobrevivía a mis intensos días cuando una
persona religiosa se acercó en una reunión y me dijo "Tienes que perdonarlo"... ¿¡Disculpa?! ¿Acaso no escuchaste
todo lo que te he contado? Yo no quería perdonarlo, ni siquiera me interesaba
esa famosa 'paz', la verdad me agradaba
más la idea de que él sufriera, que sintiera aunque sea la mitad de todo lo que
yo sentía. Perdonarlo no era opción, por lo que cargué con ese enojo por 3
años.
He hablado del perdón antes aquí,
he dicho que nos libera a nosotros mismos y que debemos enfocarnos en seguir
adelante, sin embargo como dije al inicio, en este artículo quiero hablar de
algo más difícil aún: Ponernos en el
lugar del otro y no juzgar sus actos, aún y que estos nos hayan hecho un gran
daño. Ok, de inicio esto suena tonto y si tienen algunos meses o semanas de
que los lastimaron no espero me hagan caso, ¡yo no lo hice en años! (Tómense su
tiempo) ¿Cómo podríamos pensar que
incluso el ser más malvado con su acto más malvado tenga una razón de actuar
más allá de que son unos despiadados?
La otra noche mi esposo David y yo
estábamos viendo una película que un amigo nos recomendó. Me había advertido
que se tocaban temas de Dios a lo que de entrada no me sentía muy convencida de
verla, sin embargo su insistencia que me tocaría el corazón me hizo darle una
oportunidad. Si no la han visto, la película trata de un padre de familia de
nombre Mack que pierde a su hija pequeña porque en el bosque un hombre la
secuestra y asesina. Después de ello él se vuelve apático, frío, molesto con la
vida, reclama a Dios sus penas y se hunde y asila en su dolor. Una tarde recibe
una carta donde lo invitan a una cabaña en el mismo bosque en donde su hija
había sido asesinada. La carta estaba firmada por Dios (en este punto casi
apago la película). El hombre va escéptico y se encuentra con 3 sujetos que ahí
viven, los cuales representaban a la Santísima Trinidad. Luego que los tres
individuos le demuestran efectivamente que son reales (porque claro, primero
hay una parte en donde él no cree lo que ve), comienzan los reclamos, casi como
cualquiera de nosotros en un momento de crisis haría si tuviera a Dios de
frente: "¿Por qué dejaste que ella
muriera? ¿Por qué no la protegiste?". El resto del filme se
desenvuelve en enseñanzas de vida, culpa y perdón (no diré mucho, vale la pena
la vean), pero sin duda la parte que más me impactó y definitivamente tocó mi
corazón fue cuando uno de los personajes le cuestiona a él por los juicios que
ha emitido de toda la gente que lo rodea, incluyendo al hombre que asesinó a su
hija (¿¡qué podría ser más difícil?!) y en base a ello discernir quién es malo,
quién merece castigo, quién merece pagar.
¿No hemos estado todos en algún
momento en el lugar de Mack? Reclamando a Dios y a cuanto Santo se nos ponga
enfrente que cómo o porqué nos pasan ciertas cosas y claro, condenando a los
responsables. En medio de nuestro dolor y de nuestra ira (entendible por
supuesto) odiamos y pedimos venganza a quien se ha atrevido a herirnos a
nosotros o a un ser querido. Lo etiquetamos como una persona mala, terrible, la
peor e incluso nos atrevemos a reforzar lo que decimos al hablar así de ellos
cada que alguien lo saca a flote. Pero, ¿somos nosotros acaso los indicados en
juzgar o etiquetar a alguien? ¿Alguna vez hemos pensado en ellos como personas
que han sufrido o pasado por algo muy duro y que sus acciones son solo
consecuencia de ello?
Una de las personas que la
mayoría de nosotros tiene que aprender a perdonar con los años es a alguno de
sus padres, especialmente si tuvimos uno estricto. Mi padre por ejemplo siempre
fue duro conmigo y poco cariñoso. Durante mi adolescencia la verdad es que
nuestra relación era muy mala. No hablábamos y me molestaba mucho convivir con
él. Es necio, cuadrado, todas nuestras ideas son malas y a sus ojos no soy más
que una joven que comparada con él, no sé absolutamente nada de la vida. Por
muchos años preferí no convivir, quizás era más fácil alejarse que pensar que
mi padre no era más que el resultado de una crianza todavía más antigua de
disciplina a manera de golpes y gritos, donde tal vez a él tampoco lo dejaron
expresarse ni opinar por ello cuando pudo hacerlo, simplemente replicó lo que
le instruyeron. Ahora era él el dueño del conocimiento, y sus hijos, los
ignorantes. Mi padre no era malo, simplemente nos formaba como a él le
enseñaron que se formaban los hijos, y a eso le adherimos que él carga con sus
propios síntomas de inferioridad con su padre, para el que quizás él nunca fue
suficiente, por eso cada que puede, siente la necesidad de sentirse dominante y
líder. ¿Culpar a mi abuelo por haberlo criado así? Bueno, también tendríamos
que ver cómo lo criaron a él ¡y la cadena no terminaría! Nos toma muchos años
entenderlos ¿cierto?... como bien dicen muchos, hasta que uno tenga que
enfrentarse a ser padre perdona y valora a los suyos.
En la escuela primaria fui de las
niñas que sufrían el famoso bulling, recuerdo especialmente a un par de niños
que me molestaban los cuales yo juzgaba como malos, crueles (bueno, sí lo eran)...
pasados los años a ambos les fue bastante mal, no concluyeron los estudios y
han tenido problemas con la ley. Al principio me sentí reconfortada de que esa gente
que me había hecho daño pagara sus acciones, sin embargo ¿qué sabía yo del
ambiente en el que habían crecido? Sí, yo sufría bulling, pero llegaba a casa y
mi madre me cuidaba, jugaba con mi hermana, salía de vacaciones. Esos niños no,
estaban solos, desatendidos, en familias disfuncionales y su única manera de
sentirse observados era llevando reportes a casa por indisciplina. ¿Quién era
yo para juzgarlos? ¿O a sus padres por ser "malos"?
Todos tenemos una historia detrás de lo que mostramos al mundo y todas
nuestras acciones están relacionadas a lo que hemos vivido y con lo que
cargamos, los famosos "traumas" de la infancia, los corazones rotos,
los descalabros. No elegimos el ambiente en el que nos desarrollamos
durante los primeros años de nuestra vida.
Visto de este modo, la gente mala
¿es realmente "mala"? ¿o mala dicho por quién si no conocemos su
historia? Su niñez, su infancia, su adolescencia... ¿Somos nosotros mismos tan
buenos como pensamos?
No quiero decir que el hecho de
que alguien sea malo justifica que ande por el mundo haciendo sufrir a los
demás, lo que trato de decir es que todos tenemos una historia detrás y
regularmente emitimos un juicio sin tener la más mínima idea de lo que esa
gente ha vivido. No digo que con ello pasemos por alto sus faltas, sino que nos
quitemos las tareas que no nos corresponde como juzgarlos o peor aún,
vengarnos. ¿Y dejar que se salgan con la suya?... bueno como dijo Dios en esa
película, "Nadie se sale con la suya",
creo que todos tenemos que pasar por las consecuencias de las decisiones que
tomamos. Si creen en el karma o no, no importa, puede ser porque todo se
regresa o porque simplemente toda acción equivale a una reacción y cada
decisión que tomamos, conlleva una serie de eventos que se desatan de él y a
los que tendremos que hacerles frente.
No es justificar sus actos, sino que el ver más allá del simple hecho
nos ayuda a lidiar con el dolor y el rencor, quitando con ello un peso de
encima que solo los que hemos odiado sabemos de lo que hablamos. Si por el
momento alguien no siente que esté listo para hacerlo, está bien, pero sin duda
considérenlo para cuando el momento de reflexión llegue.
El sábado siguiente a que vimos
David y yo la película, era mi cita en el salón de belleza, por lo que me
levante más temprano de lo normal. Iba en mi auto cuando en un semáforo a mi
derecha volteo y ahí estaba él, en el auto de junto, mi ex esposo, el malo, el
terrible, el hombre que más me había hecho daño en mi vida, el que me había
abandonado 3 años atrás. El que pensé que si alguna vez lo veía lo arrollaría
con mi vehículo. Volteo a verme, vi su mirada diferente, no sé si era él o era
yo que mi coraje e irá se habían aburrido y marchado de mí. Era de nuevo él, el
que conocí hace 9 años. Ya sin la cortina de dolor me permití verlo quizás tal
cual Dios hubiera querido, como solo uno más de sus hijos, uno de los
especiales, de esos que han pasado por mucho y que necesitan más de su mano que
yo. No era malo, creo que jamás lo había sido, simplemente era víctima de sí
mismo, de su historia, como todos nosotros. Actuó con lo que tenía, con la
inmadurez de su edad y muy seguramente con los conflictos de su niñez. Yo no
era mejor que él, yo solo había vivido una historia diferente, y quizás había
sido más afortunada que él, como con aquellos niños que me hacían bulling. Nos
quedamos viendo un segundo pero pareció un minuto, creo que él pensaba lo mismo
que yo, porque fue el primero en sonreír, le devolví la sonrisa, levante mi
mano en señal de saludo y el semáforo cambio a verde y fui la primera en
arrancar. No lo había visto a los ojos desde hacía más de 3 años en nuestra
audiencia de divorcio, esa donde al final le dije que jamás me volvería a ver.
Las cosas habían cambiado mucho desde entonces, yo me convertí en la mujer que
jamás pensé ser y estaba felizmente casada con mi amigo de la infancia. Y él,
bueno, creo que también está bien, la verdad no sé prácticamente nada de lo que
ha hecho.
¿Se salió con la suya? Bueno, eso
es lo interesante de esto que comento, no era mi tarea que él pagara por sus
actos o no. Ni si él había sido bueno, malo, injusto, despiadado,... lo
importante era yo, era centrar mi energía en mí, trabajar en mí, ver mis ‘áreas
de oportunidad’ para ser mejor pareja la próxima vez, descansar y dejarle a
Dios las tareas difíciles de juzgar, enseñar, dar una lección a mi ex, a mis
padres, a la gente que me ha herido… De ahí en adelante, mi trabajo era yo, ¡y
mi nuevo cabello rojizo!
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