martes, 5 de septiembre de 2017

El otro lado de nuestros enemigos


Todos en la vida hemos llegado a sentir odio por alguien que nos causó algún daño, quizás no duró mucho tiempo y rápidamente dimos vuelta de hoja, o tal vez no y lo hemos cargado por años. Quizás fueron nuestros padres, un hermano, algún amigo traicionero, una pareja mal agradecida, un delincuente que nos robó el auto o peor aún, que hirió a un ser querido. Sea cual fuese el caso, el rencor que llegamos a sentir hacia otra persona derivado de un acto a nuestros ojos injusto es en cierta medida normal y entendible. La rabia, el coraje, hasta el deseo de venganza no es más que nuestro dolor y tristeza exteriorizada en enojo. Estamos heridos. Ahora bien, siendo nosotros las víctimas de la situación y teniendo claras nuestras razones, alguna vez nos hemos detenido a preguntarnos "¿Por qué el otro hizo lo que hizo?, ¿Que pudo haber llevado a ese amigo traicionarnos, a nuestros padres a no ponernos atención, a nuestra pareja a engañarnos, o hasta a ese delincuente robarnos el auto a mano armada?"... lo sé, lo que hacen algunos parece inexcusable, pero no es mi punto justificarlos, sino el expresarles cómo al nosotros hacernos este tipo de preguntas podemos ir por esta compleja vida con menos carga y me atrevo a decirlo, ser más felices.

 

Si bien aunque jamás he sido muy religiosa, en algunos lapsos de mi vida tuve la inquietud de hablar con Dios y pedirle por varias cosas: exámenes en la escuela, salud de mis padres y uno que otro corazón roto de mi adolescencia. Pero jamás en mi vida mi fe había estado tan cuestionada como hace algunos años cuando una serie de eventos estresantes en mi vida dieron lugar casi al mismo tiempo. Pasé un difícil divorcio cuando pensé que esas cosas solo le ocurrían a señoras de arriba de los 40, no a una mujer de 25 que apenas empezaba a vivir su vida en pareja. Un año más tarde fui detectada con Cáncer de piel y fue justamente ahí cuando lo poco que me quedaba de fe se perdió... ¿Por qué? Bueno, es bastante obvio, en una mala racha es muy tentador enojarse con la vida, con Dios, con el destino o con lo que sea que creamos. El mundo es injusto, yo soy el bueno y he sido una cruel víctima de los giros que da la vida. Se acaban las bondades con el mundo, existe gente muy mala en él ¡y ésta debe pagar por sus acciones! Dios es vengativo (ingrese aquí el "¿por qué a mí?")... o simplemente no existe. 
Volviendo a mi particular dilema de joven divorciada, mi ex esposo tuvo algunas ‘áreas de oportunidad’ dentro de nuestro novato matrimonio. Me había engañado y maltratado por años. Me abandonó en medio de mi dolor, nos dejó a mí y a nuestra perra en la casa que recién habíamos adquirido la cual se debía toda. Me dejo no solo destrozada anímicamente sino endeudada y creo firmemente que gracias a ese estrés desarrollé mi enfermedad... perdí muchos kilos (bueno, eso estuvo bien), lloré varias veces por no poder pagar mis deudas, en algún momento tuve 3 empleos, en fin, el drama en su máxima expresión. Sobrevivía a mis intensos días cuando una persona religiosa se acercó en una reunión y me dijo "Tienes que perdonarlo"... ¿¡Disculpa?! ¿Acaso no escuchaste todo lo que te he contado? Yo no quería perdonarlo, ni siquiera me interesaba esa famosa 'paz', la verdad me agradaba más la idea de que él sufriera, que sintiera aunque sea la mitad de todo lo que yo sentía. Perdonarlo no era opción, por lo que cargué con ese enojo por 3 años.
He hablado del perdón antes aquí, he dicho que nos libera a nosotros mismos y que debemos enfocarnos en seguir adelante, sin embargo como dije al inicio, en este artículo quiero hablar de algo más difícil aún: Ponernos en el lugar del otro y no juzgar sus actos, aún y que estos nos hayan hecho un gran daño. Ok, de inicio esto suena tonto y si tienen algunos meses o semanas de que los lastimaron no espero me hagan caso, ¡yo no lo hice en años! (Tómense su tiempo)  ¿Cómo podríamos pensar que incluso el ser más malvado con su acto más malvado tenga una razón de actuar más allá de que son unos despiadados?
La otra noche mi esposo David y yo estábamos viendo una película que un amigo nos recomendó. Me había advertido que se tocaban temas de Dios a lo que de entrada no me sentía muy convencida de verla, sin embargo su insistencia que me tocaría el corazón me hizo darle una oportunidad. Si no la han visto, la película trata de un padre de familia de nombre Mack que pierde a su hija pequeña porque en el bosque un hombre la secuestra y asesina. Después de ello él se vuelve apático, frío, molesto con la vida, reclama a Dios sus penas y se hunde y asila en su dolor. Una tarde recibe una carta donde lo invitan a una cabaña en el mismo bosque en donde su hija había sido asesinada. La carta estaba firmada por Dios (en este punto casi apago la película). El hombre va escéptico y se encuentra con 3 sujetos que ahí viven, los cuales representaban a la Santísima Trinidad. Luego que los tres individuos le demuestran efectivamente que son reales (porque claro, primero hay una parte en donde él no cree lo que ve), comienzan los reclamos, casi como cualquiera de nosotros en un momento de crisis haría si tuviera a Dios de frente: "¿Por qué dejaste que ella muriera? ¿Por qué no la protegiste?". El resto del filme se desenvuelve en enseñanzas de vida, culpa y perdón (no diré mucho, vale la pena la vean), pero sin duda la parte que más me impactó y definitivamente tocó mi corazón fue cuando uno de los personajes le cuestiona a él por los juicios que ha emitido de toda la gente que lo rodea, incluyendo al hombre que asesinó a su hija (¿¡qué podría ser más difícil?!) y en base a ello discernir quién es malo, quién merece castigo, quién merece pagar.
¿No hemos estado todos en algún momento en el lugar de Mack? Reclamando a Dios y a cuanto Santo se nos ponga enfrente que cómo o porqué nos pasan ciertas cosas y claro, condenando a los responsables. En medio de nuestro dolor y de nuestra ira (entendible por supuesto) odiamos y pedimos venganza a quien se ha atrevido a herirnos a nosotros o a un ser querido. Lo etiquetamos como una persona mala, terrible, la peor e incluso nos atrevemos a reforzar lo que decimos al hablar así de ellos cada que alguien lo saca a flote.  Pero, ¿somos nosotros acaso los indicados en juzgar o etiquetar a alguien? ¿Alguna vez hemos pensado en ellos como personas que han sufrido o pasado por algo muy duro y que sus acciones son solo consecuencia de ello?
Una de las personas que la mayoría de nosotros tiene que aprender a perdonar con los años es a alguno de sus padres, especialmente si tuvimos uno estricto. Mi padre por ejemplo siempre fue duro conmigo y poco cariñoso. Durante mi adolescencia la verdad es que nuestra relación era muy mala. No hablábamos y me molestaba mucho convivir con él. Es necio, cuadrado, todas nuestras ideas son malas y a sus ojos no soy más que una joven que comparada con él, no sé absolutamente nada de la vida. Por muchos años preferí no convivir, quizás era más fácil alejarse que pensar que mi padre no era más que el resultado de una crianza todavía más antigua de disciplina a manera de golpes y gritos, donde tal vez a él tampoco lo dejaron expresarse ni opinar por ello cuando pudo hacerlo, simplemente replicó lo que le instruyeron. Ahora era él el dueño del conocimiento, y sus hijos, los ignorantes. Mi padre no era malo, simplemente nos formaba como a él le enseñaron que se formaban los hijos, y a eso le adherimos que él carga con sus propios síntomas de inferioridad con su padre, para el que quizás él nunca fue suficiente, por eso cada que puede, siente la necesidad de sentirse dominante y líder. ¿Culpar a mi abuelo por haberlo criado así? Bueno, también tendríamos que ver cómo lo criaron a él ¡y la cadena no terminaría! Nos toma muchos años entenderlos ¿cierto?... como bien dicen muchos, hasta que uno tenga que enfrentarse a ser padre perdona y valora a los suyos.
En la escuela primaria fui de las niñas que sufrían el famoso bulling, recuerdo especialmente a un par de niños que me molestaban los cuales yo juzgaba como malos, crueles (bueno, sí lo eran)... pasados los años a ambos les fue bastante mal, no concluyeron los estudios y han tenido problemas con la ley. Al principio me sentí reconfortada de que esa gente que me había hecho daño pagara sus acciones, sin embargo ¿qué sabía yo del ambiente en el que habían crecido? Sí, yo sufría bulling, pero llegaba a casa y mi madre me cuidaba, jugaba con mi hermana, salía de vacaciones. Esos niños no, estaban solos, desatendidos, en familias disfuncionales y su única manera de sentirse observados era llevando reportes a casa por indisciplina. ¿Quién era yo para juzgarlos? ¿O a sus padres por ser "malos"?
Todos tenemos una historia detrás de lo que mostramos al mundo y todas nuestras acciones están relacionadas a lo que hemos vivido y con lo que cargamos, los famosos "traumas" de la infancia, los corazones rotos, los descalabros. No elegimos el ambiente en el que nos desarrollamos durante los primeros años de nuestra vida.
Visto de este modo, la gente mala ¿es realmente "mala"? ¿o mala dicho por quién si no conocemos su historia? Su niñez, su infancia, su adolescencia... ¿Somos nosotros mismos tan buenos como pensamos?
No quiero decir que el hecho de que alguien sea malo justifica que ande por el mundo haciendo sufrir a los demás, lo que trato de decir es que todos tenemos una historia detrás y regularmente emitimos un juicio sin tener la más mínima idea de lo que esa gente ha vivido. No digo que con ello pasemos por alto sus faltas, sino que nos quitemos las tareas que no nos corresponde como juzgarlos o peor aún, vengarnos. ¿Y dejar que se salgan con la suya?... bueno como dijo Dios en esa película, "Nadie se sale con la suya", creo que todos tenemos que pasar por las consecuencias de las decisiones que tomamos. Si creen en el karma o no, no importa, puede ser porque todo se regresa o porque simplemente toda acción equivale a una reacción y cada decisión que tomamos, conlleva una serie de eventos que se desatan de él y a los que tendremos que hacerles frente.
No es justificar sus actos, sino que el ver más allá del simple hecho nos ayuda a lidiar con el dolor y el rencor, quitando con ello un peso de encima que solo los que hemos odiado sabemos de lo que hablamos. Si por el momento alguien no siente que esté listo para hacerlo, está bien, pero sin duda considérenlo para cuando el momento de reflexión llegue.

El sábado siguiente a que vimos David y yo la película, era mi cita en el salón de belleza, por lo que me levante más temprano de lo normal. Iba en mi auto cuando en un semáforo a mi derecha volteo y ahí estaba él, en el auto de junto, mi ex esposo, el malo, el terrible, el hombre que más me había hecho daño en mi vida, el que me había abandonado 3 años atrás. El que pensé que si alguna vez lo veía lo arrollaría con mi vehículo. Volteo a verme, vi su mirada diferente, no sé si era él o era yo que mi coraje e irá se habían aburrido y marchado de mí. Era de nuevo él, el que conocí hace 9 años. Ya sin la cortina de dolor me permití verlo quizás tal cual Dios hubiera querido, como solo uno más de sus hijos, uno de los especiales, de esos que han pasado por mucho y que necesitan más de su mano que yo. No era malo, creo que jamás lo había sido, simplemente era víctima de sí mismo, de su historia, como todos nosotros. Actuó con lo que tenía, con la inmadurez de su edad y muy seguramente con los conflictos de su niñez. Yo no era mejor que él, yo solo había vivido una historia diferente, y quizás había sido más afortunada que él, como con aquellos niños que me hacían bulling. Nos quedamos viendo un segundo pero pareció un minuto, creo que él pensaba lo mismo que yo, porque fue el primero en sonreír, le devolví la sonrisa, levante mi mano en señal de saludo y el semáforo cambio a verde y fui la primera en arrancar. No lo había visto a los ojos desde hacía más de 3 años en nuestra audiencia de divorcio, esa donde al final le dije que jamás me volvería a ver. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces, yo me convertí en la mujer que jamás pensé ser y estaba felizmente casada con mi amigo de la infancia. Y él, bueno, creo que también está bien, la verdad no sé prácticamente nada de lo que ha hecho.
¿Se salió con la suya? Bueno, eso es lo interesante de esto que comento, no era mi tarea que él pagara por sus actos o no. Ni si él había sido bueno, malo, injusto, despiadado,... lo importante era yo, era centrar mi energía en mí, trabajar en mí, ver mis ‘áreas de oportunidad’ para ser mejor pareja la próxima vez, descansar y dejarle a Dios las tareas difíciles de juzgar, enseñar, dar una lección a mi ex, a mis padres, a la gente que me ha herido… De ahí en adelante, mi trabajo era yo, ¡y mi nuevo cabello rojizo!

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