martes, 21 de agosto de 2018

Enamórate de un Valiente

 Teníamos solo un mes juntos pero eso no era impedimento para las palabras, las promesas, las ideas, los sueños y las ilusiones. Me había enamorado. No sabía cómo, no sabía cuándo ni en qué momento había perdido el piso y me había colgado de esa altísima nube en lo más alto del cielo y me dejé llevar. Como todas las mujeres en nuestros treintas, al inicio tuve muchas dudas de si estaba bien sentir tanto, soñar tanto y revivir esas emociones que tuve cuando tenía la mitad de la edad que ahora tengo. Ya no creía en los cuentos de hadas pero por esa historia era probable que me atreviera a lanzarme de nuevo de mi castillo amarillo hacia los brazos de un príncipe, porque después de todo, yo era su princesa. Pero supongo que esto pasa en uno o varios momentos de nuestra vida, la persona que nos hace flotar un día de pronto nos deja caer, y mientras más alto estábamos, mucho más dura es la caída con el pavimento. Mi vestido de princesa no sirvió para amortiguar el impacto y el caballo blanco ya no estaba en la entrada de mi castillo amarillo… solo estaba yo, sola, de nuevo… en la realidad, donde el castillo no era castillo sino una casa sencilla de tres habitaciones, con ese cepillo de dientes en color rojo que ahora debía ir a la basura porque ya nadie más lo usaría. Y esa playera blanca que guarda el olor característico de una sola persona, esa persona que ya no volvería por ella. Acabó todo tan pronto. Ni siquiera terminé de aprenderme esa canción en el piano. Y es que no importa la edad que tengamos o la experiencia que se acumule en el currículo, siempre podrán rompernos el corazón una vez más. Solo que esta vez, la lección era mucho más dura, porque aunque no lo parezca, fui yo quien terminó… era mi dignidad, o él.

Uno de los momentos más difíciles que tenemos que enfrentar es saber cuándo no somos amados, respetados, ni valorados y debemos, con la pena, tomar nuestras cositas y levantarnos de esa mesa del café y como podamos, caminar al auto sin desvanecernos para que una vez que lleguemos a él, ahora si tomar el teléfono, llamar a ése amigo y soltarnos a gritar cuanta barbaridad, coraje y dolor nos salga de la garganta. Si, a veces damos demasiado… y justo cuando mientras una vez más me encuentro en una solitaria habitación de hotel fuera de mi ciudad y lejos de mis perros, escuchando música reflexiva, doy con uno de esos videos motivacionales en YouTube llamado “Sal con un valiente” de Sergio Melchor (Autor: Pablo Arribas). 

Nadie debería enamorarse de alguien que no sea capaz de decirte -mi apuesta eres tú… hoy, mañana y siempre, me la juego contigo-“ Y es que todos los que hemos genuinamente amado o estado enamorados de alguien sabemos que no se requiere mucho qué pensar para saber si queremos tener esa segunda, tercera o décima cita. Y con el paso de las citas no nos resulta tan difícil imaginarnos una vida con esa persona, aunque sea un tanto pronto pero sabemos que queremos verla de nuevo, que queremos oír sus historias, sus sueños, su vida. Empieza a tomar color en la nuestra y nos despertamos esperando su mensaje de los buenos días. Ahí empezamos a entregarnos… pero ¿qué pasa si la otra persona no está segura? ¿si comienza a tener esas actitudes evasivas donde no nos llama, nos deja esperando o nos deja plantados?... o ya de plano, es mucho más directo y nos dice una y otra vez que “Hay que pensar bien si somos compatibles”.

Hace 10 años salía con un chico que vivía a 30 kilómetros de casa de mis padres. Teníamos apenas 20 años y él no tenía auto. Una noche fría y lluviosa de enero hablábamos por teléfono porque por el clima, ése día se le había dificultado ir a verme en el transporte público. Colgamos y a la media hora sonó el timbre de la casa. Salí a ver quién era, y ahí estaba él. Mojado y con frío. Era bastante tarde lo recuerdo perfectamente, traía en su mano una rosa roja que seguramente había comprado en algún crucero. Me quedé pasmada, no lo esperaba. Había tomado el auto de su padre para manejar 30 minutos a mi casa y darme una rosa e irse a los 5 minutos de habérmela entregado. Jamás olvidaré ese día, porque con ese gesto aprendí que si alguien quería verme, atravesaría el mundo aun así lloviera y fuera casi media noche. Años más tarde lo reafirmé con David, otro de mis grandes maestros que me demostró que cuando algo se quiere, no se dice, ¡se hace!

Cuando alguien quiere vernos, así fueran 5 minutos, aparecerá en nuestra puerta a veces con cualquier excusa. Y lo más gracioso es que no importa que pasen los años y que ya no tengamos 15 sino 30 y que ahora existan tantas formas de que alguien nos busque como las redes sociales, los mensajes de texto, de whatsapp, inbox o hasta una llamada. Como dijo mi amiga Carolina, ¡Al diablo con la tecnología!, si alguien quiere vernos irá a buscarnos de frente aún sin dinero, sin gasolina y sin auto, ya que enviar un mensajito no requiere casi nada de valor. Y así, el audio que tengo 5 minutos escuchando empieza a tener más y más sentido: Enamórate de un valiente. Ya que si vas a despegar del piso, al menos que sea porque viste ya algo claro en su comportamiento.

Tengo a mi amigo Carlos que cuando lo llamo y le digo que estoy triste, en menos de 20 minutos se aparece con cerveza y una pizza. Cuando la gente nos quiere es demasiado evidente, y cuando no… desafortunadamente también, pero ahí es cuando nuestra mente nos juega trucos porque la verdad es amarga cuando se contrapone con lo que en nuestro corazón deseamos suceda.

Y ahí estaba yo hace algunos días, en esa mesita del Starbucks escuchando una y otra vez una serie de excusas de porqué lo nuestro era demasiado “difícil”… ¿Difícil?, tuve un novio que iba a verme a mi casa todos los días cuando tenía 20 años y hacía una hora de regreso en el último transporte público para llegar a media noche a su casa. ¿Difícil? tuve junto a mí a alguien que se las arreglaba para hacer funcionar una relación a distancia cuando ni siquiera vivíamos en la misma ciudad. ¿Difícil? He sido tan afortunada de haber compartido mi vida con dos hombres que por años lucharon a mi lado para salir adelante de los complicados retos que los que viven en pareja saben a lo que me refiero… ¿Y era difícil una relación de un mes conmigo?... no, no era difícil, él en realidad no me quería, probablemente se había enamorado de la idea de mi pero no de mí.

Repasé en mi cabeza el listado que menciona uno de mis libros favoritos con los pasos a seguir para cuando debes aceptar que perdiste la batalla (o que te estén mandando sutilmente a volar):
  1. No ruegues
  2. No llores
  3. No confieses nada
  4. No reproches
  5. Expresa que no es lo que tu querías pero que respetas la decisión
  6. Agradece el tiempo que te dieron
  7. Retírate

Con gusto diré que lo cumplí al pie de la letra y con mucho dolor tomé mi bolsa y acepté dignamente que en esa mesa, me encontraba yo perdiendo el tiempo porque era evidente que “A él no le gustaba tanto”. Y es que como dijo Sergio en su audio de “Sal con un valiente”: El que ama arriesga y el que arriesga ama. Detrás de alguien que arriesga hay alguien que ama.

Lo que diferencia a alguien valiente de un cobarde es que no se queda parado ante la bifurcación pensando en lo que se pierde o lo que se renuncia, sino que ve en ti una victoria y ganancia suficiente como para no tener que mirar atrás. No se hecha a un lado pensando que siempre puede venir algo mejor porque acepta que el mundo es imperfecto, que tú lo eres y que los dos lo son.
Un valiente arriesga, elige, toma partido, se hace responsable de su destino. 

Yo no era una cobarde, yo me consideraba a mí misma como una mujer valiente. Tenía que tomar acción, tenía que levantarme con mi frappé y lo que me quedaba de dignidad de esa mesa. Yo sabía lo que quería... pero también lo que no quería.

Y bueno, esa vez perdí. Había que aceptar que yo no era amada y como mi pasado me ha enseñado, si alguien no tiene claro que quiere estar conmigo, entonces no debe estar conmigo… y está bien, tampoco podía culpar a la otra persona no sentir lo mismo que yo. Yo no tengo control sobre eso. Así que con mucho esfuerzo me despedí tranquila y me retiré. Pasados los días él volvió a escribir, pero sin algo en concreto. Recordé a Caro cuando dijo que una persona que quiere estar contigo hace algo más que enviar un whatsapp.

Aceptando mi derrota de aquella noche y luego de pasar días rodeada de mis amigos, amigas y el trabajo, opté con por lo pronto y mientras el destino hace su trabajo y se acomoda, quedarme con la reflexión que cierra el audio donde nos sugiere abrir bien los ojos la próxima vez que pensemos en invitar a alguien a nuestro vuelo:

La próxima vez que vayas al mercado de parejas de viaje, solo tienes que abrir los ojos y mirar de una forma que quizás no lo hayas hecho antes. En lugar de buscar por la categoría “belleza”, “profesión”, “dinero”,… busca la categoría “sé quién soy y sé que quiero”. Desconfía de lo pulcro, los cánones y lo resplandeciente, y fíliate de la sangre y lo sucio, pues los valientes están llenos de arañazos y cicatrices”.
… y tú ¿eres cobarde o valiente?

lunes, 29 de enero de 2018

¿Por qué Nuestras Relaciones Fracasan?: Las Falibles Relaciones Actuales

Me encuentro justo en la línea para cumplir los 30 años, el tercer piso como muchos le llaman. La segunda adolescencia como Enrique le llamó hace algunas semanas en el comedor en la oficina: “Dice mi psicólogo que tendremos varias adolescencias en nuestra vida. Esa etapa en la que nos sentimos confundidos de lo que hemos hecho hasta ahora, o peor aún, ¡lo que nos falta por hacer!”. Me sentí identificada con esa teoría, y más aún por la reciente incomodidad que sentía en mi relación con David, mi esposo desde hacía un año y medio, concubino desde hacía 2 años y medio, y novio desde hacía 3 años.

Yo jamás he tenido duda del cariño que le tengo a David, es decir, ¡lo conozco desde hace 28 años! Existe en mi vida desde el instante que yo misma soy consciente de mi propia existencia. Pero por alguna razón, justo en este momento de mi vida, comencé a preguntarme si era David la persona con la que me veía envejecer. ¿La razón?... bueno, él no es perfecto, tiene algunos detalles que no son de mi total agrado. Es un tanto impaciente, se exaspera con facilidad. No es nada detallista y muchas veces se pasa de individual, es decir, es muy SU tiempo, SU espacio, SUS cosas, SU vida. La pregunta de nuevo botaba en mi cabeza: ¿Quería pasar el resto de mi vida con él?

Como era de esperarse, mi cabeza y mis ideas comenzaron a tomar campo en el resto de mi cuerpo, por lo que empezó a ser evidente en mi comportamiento que algo no me tenía contenta, y fue ahí donde empezaron las conversaciones con David. La cosa se empezó a poner tensa y aunque él no es de los que toman una postura de agresividad, se le notaba molesto, y era obvio, yo empezaba a dudar de si esto era lo que quería. Dado que los días transcurrían inestables, las discusiones no se hacían esperar, y por más extraño que me pareciera y aun y que me encontrara hecha un mar de lágrimas porque quizás estaba perdiendo a mi segundo (si, de nuevo) matrimonio, por alguna razón me resultaba bastante atractiva la idea de volver a estar sola. El problema era muy incómodo, hablar de esto, buscar resolverlo, ¿qué caso tiene? ¡Mejor cada quien por su lado!... hemos sido amigos toda nuestra vida, podemos volver a serlo, ¿no? Mi perra Katy y yo volveríamos a vivir solas, y ayudaríamos a David a mudarse a un departamento si él lo deseaba, al sur de la ciudad cerca de su trabajo y escuela. ¡Vaya! Lo tenía todo arreglado… Sí que soy una máster en planear hasta cada cuándo veríamos a los perros.

Aunque esta idea parecía perfectamente ordenada en mi cabeza, algo no me dejaba tranquila. Algo no me gustaba de todo esto, una sensación incómoda me brotaba.

Uno de esos días en los que de nuevo tocábamos el tema de “Quizás debamos separarnos algún tiempo”, me sentí terriblemente confundida y triste al salir del trabajo, por lo que luego de dar un montón de vueltas por la ciudad sin saber exactamente a dónde ir, me estacioné en el gran puente atirantado al poniente de la ciudad. Me bajé del auto un momento y me recargué en el barandal color rojo. Yo no era la única en el lugar, junto a mi habían parejas, seguramente novios, se veían muy felices, muy tranquilos, su vida estaba perfectamente ordenada, estaban enamorados. ¿Saben ellos lo que les espera cuando el enamoramiento acabe?, pensé a mis adentros con cierto nivel de envidia. De pronto tomé mi celular y como todos cuando estamos aburridos, me puse a revisar mis fotos viejas; me topé con unas de cuando la relación con David comenzaba.

Me apresuré con David” me dije en voz alta, “Quizás necesité más tiempo sola luego de mi divorcio… debí darme más tiempo” continué justificando mi inestabilidad emocional, porque eso era lo que realmente hacía, justificarme, justificar una decisión que en mis adentros quería tomar, quería que nos diéramos un tiempo pero, ¿por qué?

Volví a casa y las incómodas pláticas continuaban, no llegábamos a nada. Me empezó a dar tanta pereza arreglar el extraño problema en lugar de trabajar en él… y eso era. La relación había dejado de ser “simple” para pasar a convertirse en una exasperante construcción de un rascacielos de muchísimos pisos. Mi padre me dijo cuándo me divorcié hace años que destruir una relación era exageradamente fácil, “Destruir cualquier cosa nos toma solo unos segundos, pero construirla, con todo lo que implica, el trabajo, esfuerzo, dedicación… es difícil, requiere mucho tiempo, dedicación, esfuerzo.” Mi padre, aunque me costara admitirlo, tenía un punto. ¿Somos ahora las nuevas parejas un ejemplo de lo disfuncional de nuestra mente? ¿Por qué nos es tan complicado ahora permanecer y hacer trascender una relación? ¿Es cierto que nos hicimos flojos hasta para luchar por lo que queremos?

Luego de mucho meditar comencé a hilar teorías. La primera, es que ahora tenemos OPCIONES,  ¡y más de una! ¿Un alma gemela?, ¡Tenemos muchas parejas potenciales! Para unir tu vida con alguien, en los tiempos de la bisabuela ni siquiera tenía que gustarte el tipo, ¡podía hasta robarte! Con el tiempo ya logramos elegir a nuestras parejas, pero una vez hecho este compromiso, era irrompible, ahora sí que a pesar de todo (peleas, malos entendidos, discusiones, violencia, infidelidades, pobreza y hasta sexo sin orgasmo). En una ocasión le pregunté a mi madre “Mamá, ¿En realidad nunca hubo alguien más? ¿Algún otro tipo que te gustara o pretendiera? ¿Una escapada? ¡El lechero!”… “No hija, ¡jamás!” respondió. Por un lado creí que mi madre mentía para mantener ese estándar cultural de mujer perfecta que jamás cometió un error, pero lo que siguió en su respuesta me terminó de aclarar la idea “Es que nosotras fuimos criadas diferentes, esas OPCIONES ni siquiera existían. Estábamos tan programadas para la vida que teníamos en pareja que no importaba si existían hombres atractivos o no, ¡Voltear a ver a otro hombre era prácticamente imposible!

Como mujer que estuvo divorciada, conozco el porcentaje de falla de matrimonios para mí. Es decir, el pronóstico de vida de la siguiente víctima. Según la estadística, una pareja de recién casados tiene cerca de un 25% de probabilidades de divorciarse. Luego, si esta persona ahora divorciada quiere casarse de nuevo, tiene 60% de probabilidades de “fracasar” por segunda vez, y si por alguna razón le quedaron ganas de casarse por tercera vez, el porcentaje de que una vez más deba decirle adiós, incrementa nada más y nada menos que al 80%. Con este dato estadístico no me extraña para nada la cantidad de esposos que tuvo Elizabeth Taylor.

Lo que sucede con los divorciados, algunas estrellas de la farándula y en alguna medida, las parejas de hoy en día, es que ya no vemos el matrimonio como algo para toda la vida. Sabemos que casarse NO es la única puerta que tenemos al éxito y realización personal. Y que si por alguna razón algo no funciona, no es el fin del mundo. También somos más conscientes (o demasiado conscientes) de que merecemos cubrir varias necesidades de nuestra vida en una pareja. Es decir que si el marido nos trae pan a la mesa, responderemos: “Mñeh, yo pude haber comprado un pay de queso y frambuesa del Starbucks”. No es suficiente (ni el interés de muchas) que la pareja nos mantenga. Queremos a alguien que nos escuche, nos entienda, nos divierta, nos comprenda, nos de espacio y a la vez nos atienda.

Y esto de ser demasiado selectivos no es exclusivo de las mujeres, los hombres también se saben conscientes de sus necesidades. He escuchado a varios de mis amigos decir que ya no quieren a la mujer típica de casa. Quieren a la independiente, inteligente, segura de sí misma, trabajadora, equitativa, que se valga por si misma pero que también dependa un poco de ellos. La buena noticia, sabemos lo que queremos, la mala, ¿somos demasiado exigentes e intolerantes?

Ahora Mark Manson suena muy lógico con su teoría de que formamos parte de la generación que nos sentimos los merecedores de todo. El valor de nuestra autoestima se desarrolló a tal magnitud que realmente nos creemos que por el simple hecho de existir, merecemos absolutamente TODO, y lo peor, muchas veces a costa de todo. En su libro menciona “… el problema de creerse con derecho a todo es que hace que la gente necesite sentirse bien consigo misma todo el tiempo, incluso a costa de quienes se encuentran a su alrededor”. Yo soy maravillosa, soy perfecta, necesito perfección en mi vida. Él/ella no la tiene, next!!!

Otro punto que suma al problema es que la tecnología ha avanzado demasiado rápido y esto, aunque ha unido a muchas personas, también ha afectado nuestra forma de relacionarnos. Con ello no me refiero al problema que algunos especialistas mencionan en donde satanizan el hecho de que tengamos Facebook por ser un problema porque ya sea, o nos conectamos más fácilmente con nuestros ex amores, o conocemos gente nueva y eso nos invita a la infidelidad. El verdadero problema va muuuuucho mas allá de ese anuncio de “¿Quieres conocer chicas nuevas en tu vecindario?“… El tema con el avance tecnológico es que nos hace cada vez más perezosos y menos pacientes. Todo está tan a la mano que  ya ni siquiera tenemos que levantar el teléfono para pedir una pizza, ni buscar cambio de a $500 para pagarle al chico repartidor, una aplicación lo hace por nosotros y con cargo a nuestra sobregirada tarjeta de crédito. ¿Cómo relacionamos esto con eso de que ahora nuestros amores no son tan permanentes?... ok, ¿ya dije que somos más flojos?

Ahora, relacionando mi situación, la evolución social de lo que vivió mi madre versus lo que hoy tenemos de frente, las necesidades que escucho tienen mis amigas solteras, las peticiones de mis amigos hacia la mujer perfecta, la teoría de Mark Manson de los merecedores de la felicidad eterna, y el hecho de tener todo tan a la mano, tan rápido y sin hacer casi ningún esfuerzo, suena bastante obvio porque no duran nuestras relaciones ahora. Tenemos opciones, sabemos que las tenemos, nos creemos merecedoras de lo mejor y si, lo queremos muy muy fácil. Y como bien dijo mi padre, construir una relación es no voltear a ver las otras “opciones”, saber que no somos perfectos, que nuestra pareja tampoco lo es, y hacer que funcione no será para NADA fácil, ni rápido, ni le podremos dar “skip” a las peleas como a esos anuncios de YouTube. ¡Vaya que si alguien aquí llega a sus bodas de oro en nuestra generación todos vamos a hacerle un monumento!

Entonces, es tentador preguntarse, ¿Es esto lo peor que le pudo suceder a nuestra generación? ¿Estamos retrocediendo como sociedad? ¿Vamos a la debacle en la construcción de un futuro prometedor para nuestra cultura?... Bueno, primero tenemos que recordar que la supervivencia de la humanidad está ligada a su capacidad adaptativa, es decir debemos evolucionar sí o sí. Como sociedad indiscutiblemente vamos a cambiar nos guste o no, así que estamos en ese proceso de desarrollar nuevas formas de hacer que nuestras relaciones humanas funcionen, o perduren más allá de los 3 años. No somos mejores, no somos peores, solo tendremos que adaptarnos.  

Cité a cenar a David a la noche siguiente, y luego de mucho reflexionar, dije en un arranque de honestidad: “No quiero luchar, preferiría separarme y que mejor volviéramos a ser amigos...” David hizo expresión de desagrado, yo continué “… pero aunque hoy no tenga ganas de luchar por nosotros, lo voy a hacer, porque yo no me voy hasta que doy todo”. “¿Esto se trata de orgullo Lau? ¿Lo haces por tu orgullo?” respondió David. Entonces recordé las palabras de mi papá y agregué “No, lo hago por convicción… porque si no lucho, en el futuro me sentiré cobarde por no haber dado más, por haberme rendido tan pronto… Prefiero darlo todo ahora. Construir esto aunque no  esté tan motivada”. A partir de esa noche el ambiente entre nosotros se serenó, me sentí muchísimo más tranquila, con menos carga emocional, más racional, como cuando llegas al conocimiento. La casa volvió a sentirse en paz y dimos vuelta de hoja al tema para seguir con nuestra modernamente problemática relación. Después de todo, me pareció mejor seguir el consejo de mi padre: Construir es difícil, pero todo lo que vale la pena tiene que costarnos trabajo. Y eso… es algo que no importa las generaciones que pasen ni los cambios tecnológicos, ni las opciones que tengamos frente a nosotros… es algo que jamás debemos olvidar.



lunes, 6 de noviembre de 2017

La Muerte de un Amor

Querida Aime, este Cada Martes es para ti y para mi primo Abraham. A su amor, que todo lo superó hasta el último día.


Decía Harold Kushner en su libro “Cuando las cosas malas le pasan a la gente buena” que habrían en nuestro paso por la vida un sin fin de situaciones, propias o ajenas, en las que no logremos entender cómo puede sucederle algo tan desastroso a un increíble ser humano, a una niña que apenas comienza a vivir, a un joven estudioso. Nos advirtió que la vida no siempre tiene que ser justa y que llegaría el momento en que cuestionaremos duramente a Dios y dudaremos de su poder omnipotente, de su buen juicio, de su bondad y quizás lo transformaremos en un Dios vengativo. Tal vez varios miembros de mi familia nos encontramos en esa situación hace algunas semanas.

Era un lunes cualquiera, salí de la ciudad como es normal en mi agenda de trabajo a visitar diferentes zonas del país. Todo transcurría de forma habitual hasta la hora de la comida. Estábamos mi equipo de trabajo y yo camino a un hermoso restaurante de la zona cuando de pronto, mi esposo me llama para darme una terrible noticia, de esas que no quieres ni esperas recibir jamás, y más aun cuando te encuentras lejos de los tuyos. Un primo mío muy cercano de apenas 27 años había fallecido. Creí escuchar mal, quizás a todos los que nos llamaron para avisarnos pasamos por lo mismo, esa sensación donde crees que te dirán que es una muy mala broma... pero David jamás diría algo así. “¡¿pero por qué, de qué?!” le cuestioné al teléfono. No sabían nada, nadie sabía nada. Le pedí que buscara a mi mamá para ver cómo estaba, dónde estaba, era su ahijado el que había fallecido. Yo llamé a mi hermano para avisarle. Todos estábamos en shock.

Volví a la mesa, apenas probé la comida, se me fue por completo el apetito. Regresé a la oficina, un miembro de mi equipo me dijo ”Ve a casa, debes estar con tu familia”. Tomé el teléfono y llamé a la agencia de viajes, cambié mi vuelo a primera hora de la mañana siguiente. Debía buscar a mi familia, saber cómo estaba mi madre, mi tía, mis primos. Abraham era hijo único.

Madrugué, el vuelo era muy temprano. En el trayecto aéreo cerré los ojos un momento y soñé que me decían que era mentira, que habia sido una falsa alarma y que mi primo estaba con vida. Supongo era mi etapa de negación haciéndose presente. Aterricé y fui por mi madre, ambas llegamos juntas a la funeraria y todo era una realidad, ahí estaba mi tia, con la mirada perdida, algunos primos comenzaron a llegar junto con nosotras, mi esposo también nos alcanzó. Pero dentro de todos nosotros en la familia, habia olvidado a una persona sufriendo de una manera muy diferente a la nuestra. Hacía tiempo no la veía, lloraba sobre el féretro. Aime, la novia de mi primo desde hacía más de 7 años.

En situaciones de tristeza y dolor de un ser querido, llámese amigo o familiar, incluso desconocido, solemos empatizar con quien pudiésemos compartir el tipo de dolor ya sea en el pasado (que nos haya sucedido a nosotros) o en nuestra imaginación (que creemos que pudimos haber sido nosotros). Mi tia vivía un duelo muy duro, era su hijo, su único hijo. Mi madre y mis otras tías lloraban desconsoladas y aprovechaban cualquier momento para ir a abrazarnos a nosotros, como si temieran fuertemente también perdernos. Pero aunque claro sabía que el dolor de mi tía era inmesurable, por alguna razón era a Aime a quien no podía dejar de ver. Es probable que yo no haya empatizado con el dolor de mi tia a su mismo nivel porque yo no tengo hijos y mi corta experiencia en la materia no me permite dimensionar el impacto, pero Aime perdió al amor de su vida, al hombre con el que creyó harían una familia y envejecerían juntos. Podía sentir su dolor y me asustaba el hecho de solo pensar en ponerme en sus zapatos. David se encontraba junto a mi, y no pude contener las lágrimas.

Me acerqué a Aime unas horas más tarde, quería decirle algo que le ayudara a sanar su difícil momento pero la verdad es que todas las palabras sobraron, no tenía la más mínima idea de cómo siquiera abrir la boca, mis miles de consejos, miles de ideas, razonamientos y lógicas no cabían en la funeraria, en ese sillon en el que Aime se encontraba. La vi a los ojos y lo único que salió de mi boca fue "no sé si hay algo que yo pueda hacer... ". No espere su respuesta: Escribe algo.

Durante días estuve pensando en cómo hilar una historia tan triste en algo que no solo dejara huella en el corazón de Aime sino en el del resto de nosotros, los que leemos esto y no queremos siquiera imaginar el dolor de que el amor de nuestra vida, nuestro compañero de aventuras, nuestro más fiel confidente, no volvamos a verlo nunca más. Y es que pocas cosas nos asustan tanto en la vida como las pérdidas, huimos de ellas, las evitamos, negamos y muchas veces hasta nos aferramos tanto con tal de no vivir el duelo de perder a alguien, pero justo como Albert Espinosa lo dice en su libro "Los Secretos que Jamás te Contaron": "Cada año haz una lista de las personas que hay en tu vida, pon las que te importan, las que son básicas para tu desarrollo. Ése es tu tesoro, tu energía, tus perlas... Esas personas, tarde o temprano, lo quieras o no, se irán... hay que comprender que desaparecerán." No importa qué tan maduros o ingenuos, viejos o jóvenes seamos, a todos se nos olvida la mayor parte del tiempo que, efectivamente, no siempre tendremos tiempo. Tiempo para abrazar, para decir, para ver, para oir, para siquiera sentir la respiración de esa persona que tanto nos importa. Esa persona, la que hoy nos llena de vida, tarde o temprano desaparecerá de nosotros y jamás volveremos a verla. David tenía la costumbre de que cuando discutíamos prefería irse a la cama sin hablar, yo le he peleé mucho ese hábito ya que le decía: "Tú aseguras que vas a despertar a mi lado, pero algun día esto no sucederá y te sentirás tan tonto por estos momentos".

De acuerdo, hasta aquí todo parece una historia bastante triste y una realidad que a nadie nos gusta, ¿cómo la vida puede ser así?... bueno, la verdad es que ese simple hecho no nos debiera entristecer sino hacer reflexionar si estamos haciendo lo correcto con nuestro tiempo, con nuestras palabras y con nuestros actos. ¿Estamos disfrutando la vida lo suficiente? ¿Estamos abrazando lo suficiente?

¿Y qué hay entonces de los que ya perdimos?... como el caso de Aime o de cualquiera de nosotros que sufre una pérdida, debemos de comprender que las pérdidas son parte de nuestra vida, ¡de todos! y nos enseñan más que cualquier otro acontecimiento, y aquí la parte más hermosa de todo: Esas personas que desaparecen de nuestra vida, realmente jamás se van, llegan a vivir dentro de nosotros. ¡Podemos quedarnos con una parte de ellos para seguirlos sintiendo y para que nos ayuden y se fusionen dentro de nosotros!. Tomamos lo que nos enseñaron mientras compartimos espacio con ellos, esos increibles consejos, esas risas que solo ellos podían sacarnos. Su vida misma fue una escuela para nosotros que tuvimos la dicha de vivirla junto a ellos. Y entonces agarramos el mensaje y hacemos de su vida un legado a través de nosotros. Los consultamos en nuestros sueños si queremos tomar alguna decisión y hasta compartimos con ellos nuestros logros, se los dedicamos al mirar al cielo y agradecemos por tanto que nos dieron, ya que a pesar de que hoy ya no están con nosotros, qué regalo más hermoso que el tiempo que nos dedicaron y que hoy nos hace ser mejores.

Aime, tu dolor me sigue dejando sin palabras, sin embargo quiero decirte que te guardo un profundo respeto y admiración por lo que te estás sobreponiendo. Y aunque ninguno de nosotros queremos pasar por ello y nos deshace el corazón solo pensarlo, es una realidad que todos, absolutamente todos, tendremos que enfrentarnos a la pérdida tarde que temprano. Pero Aime, luego de mucho recapacitar creo que tú tienes una misión en la vida, en la gente que te rodea, y esa es la que mi primo te ha encomendado. Hay un propósito, un para qué, un qué harás con este reto en tu vida... como yo alguna vez lo hice con Cada Martes.



Todos tenemos un mensaje en la vida, algo que solo nosotros podemos enseñarle al mundo, a nuestro mundo, a la gente que nos rodea y tocaremos sus vidas. Ya que aunque hoy hablemos de los que perdemos, nosotros algún día desapareceremos también y solo se quedará lo que compartimos con nuestro mundo, nuestra gente... ¡Asegúrate que ésa también sea una gran historia que todos quieran escuchar!.




Primo, Abraham, no tengo más que decirte gracias, por el ejemplo que dejaste en vida y por lo que nos llevamos de tu entereza y fuerza para los que acá nos toca quedarnos. Gracias... y hasta pronto.




martes, 5 de septiembre de 2017

El otro lado de nuestros enemigos


Todos en la vida hemos llegado a sentir odio por alguien que nos causó algún daño, quizás no duró mucho tiempo y rápidamente dimos vuelta de hoja, o tal vez no y lo hemos cargado por años. Quizás fueron nuestros padres, un hermano, algún amigo traicionero, una pareja mal agradecida, un delincuente que nos robó el auto o peor aún, que hirió a un ser querido. Sea cual fuese el caso, el rencor que llegamos a sentir hacia otra persona derivado de un acto a nuestros ojos injusto es en cierta medida normal y entendible. La rabia, el coraje, hasta el deseo de venganza no es más que nuestro dolor y tristeza exteriorizada en enojo. Estamos heridos. Ahora bien, siendo nosotros las víctimas de la situación y teniendo claras nuestras razones, alguna vez nos hemos detenido a preguntarnos "¿Por qué el otro hizo lo que hizo?, ¿Que pudo haber llevado a ese amigo traicionarnos, a nuestros padres a no ponernos atención, a nuestra pareja a engañarnos, o hasta a ese delincuente robarnos el auto a mano armada?"... lo sé, lo que hacen algunos parece inexcusable, pero no es mi punto justificarlos, sino el expresarles cómo al nosotros hacernos este tipo de preguntas podemos ir por esta compleja vida con menos carga y me atrevo a decirlo, ser más felices.

 

Si bien aunque jamás he sido muy religiosa, en algunos lapsos de mi vida tuve la inquietud de hablar con Dios y pedirle por varias cosas: exámenes en la escuela, salud de mis padres y uno que otro corazón roto de mi adolescencia. Pero jamás en mi vida mi fe había estado tan cuestionada como hace algunos años cuando una serie de eventos estresantes en mi vida dieron lugar casi al mismo tiempo. Pasé un difícil divorcio cuando pensé que esas cosas solo le ocurrían a señoras de arriba de los 40, no a una mujer de 25 que apenas empezaba a vivir su vida en pareja. Un año más tarde fui detectada con Cáncer de piel y fue justamente ahí cuando lo poco que me quedaba de fe se perdió... ¿Por qué? Bueno, es bastante obvio, en una mala racha es muy tentador enojarse con la vida, con Dios, con el destino o con lo que sea que creamos. El mundo es injusto, yo soy el bueno y he sido una cruel víctima de los giros que da la vida. Se acaban las bondades con el mundo, existe gente muy mala en él ¡y ésta debe pagar por sus acciones! Dios es vengativo (ingrese aquí el "¿por qué a mí?")... o simplemente no existe. 
Volviendo a mi particular dilema de joven divorciada, mi ex esposo tuvo algunas ‘áreas de oportunidad’ dentro de nuestro novato matrimonio. Me había engañado y maltratado por años. Me abandonó en medio de mi dolor, nos dejó a mí y a nuestra perra en la casa que recién habíamos adquirido la cual se debía toda. Me dejo no solo destrozada anímicamente sino endeudada y creo firmemente que gracias a ese estrés desarrollé mi enfermedad... perdí muchos kilos (bueno, eso estuvo bien), lloré varias veces por no poder pagar mis deudas, en algún momento tuve 3 empleos, en fin, el drama en su máxima expresión. Sobrevivía a mis intensos días cuando una persona religiosa se acercó en una reunión y me dijo "Tienes que perdonarlo"... ¿¡Disculpa?! ¿Acaso no escuchaste todo lo que te he contado? Yo no quería perdonarlo, ni siquiera me interesaba esa famosa 'paz', la verdad me agradaba más la idea de que él sufriera, que sintiera aunque sea la mitad de todo lo que yo sentía. Perdonarlo no era opción, por lo que cargué con ese enojo por 3 años.
He hablado del perdón antes aquí, he dicho que nos libera a nosotros mismos y que debemos enfocarnos en seguir adelante, sin embargo como dije al inicio, en este artículo quiero hablar de algo más difícil aún: Ponernos en el lugar del otro y no juzgar sus actos, aún y que estos nos hayan hecho un gran daño. Ok, de inicio esto suena tonto y si tienen algunos meses o semanas de que los lastimaron no espero me hagan caso, ¡yo no lo hice en años! (Tómense su tiempo)  ¿Cómo podríamos pensar que incluso el ser más malvado con su acto más malvado tenga una razón de actuar más allá de que son unos despiadados?
La otra noche mi esposo David y yo estábamos viendo una película que un amigo nos recomendó. Me había advertido que se tocaban temas de Dios a lo que de entrada no me sentía muy convencida de verla, sin embargo su insistencia que me tocaría el corazón me hizo darle una oportunidad. Si no la han visto, la película trata de un padre de familia de nombre Mack que pierde a su hija pequeña porque en el bosque un hombre la secuestra y asesina. Después de ello él se vuelve apático, frío, molesto con la vida, reclama a Dios sus penas y se hunde y asila en su dolor. Una tarde recibe una carta donde lo invitan a una cabaña en el mismo bosque en donde su hija había sido asesinada. La carta estaba firmada por Dios (en este punto casi apago la película). El hombre va escéptico y se encuentra con 3 sujetos que ahí viven, los cuales representaban a la Santísima Trinidad. Luego que los tres individuos le demuestran efectivamente que son reales (porque claro, primero hay una parte en donde él no cree lo que ve), comienzan los reclamos, casi como cualquiera de nosotros en un momento de crisis haría si tuviera a Dios de frente: "¿Por qué dejaste que ella muriera? ¿Por qué no la protegiste?". El resto del filme se desenvuelve en enseñanzas de vida, culpa y perdón (no diré mucho, vale la pena la vean), pero sin duda la parte que más me impactó y definitivamente tocó mi corazón fue cuando uno de los personajes le cuestiona a él por los juicios que ha emitido de toda la gente que lo rodea, incluyendo al hombre que asesinó a su hija (¿¡qué podría ser más difícil?!) y en base a ello discernir quién es malo, quién merece castigo, quién merece pagar.
¿No hemos estado todos en algún momento en el lugar de Mack? Reclamando a Dios y a cuanto Santo se nos ponga enfrente que cómo o porqué nos pasan ciertas cosas y claro, condenando a los responsables. En medio de nuestro dolor y de nuestra ira (entendible por supuesto) odiamos y pedimos venganza a quien se ha atrevido a herirnos a nosotros o a un ser querido. Lo etiquetamos como una persona mala, terrible, la peor e incluso nos atrevemos a reforzar lo que decimos al hablar así de ellos cada que alguien lo saca a flote.  Pero, ¿somos nosotros acaso los indicados en juzgar o etiquetar a alguien? ¿Alguna vez hemos pensado en ellos como personas que han sufrido o pasado por algo muy duro y que sus acciones son solo consecuencia de ello?
Una de las personas que la mayoría de nosotros tiene que aprender a perdonar con los años es a alguno de sus padres, especialmente si tuvimos uno estricto. Mi padre por ejemplo siempre fue duro conmigo y poco cariñoso. Durante mi adolescencia la verdad es que nuestra relación era muy mala. No hablábamos y me molestaba mucho convivir con él. Es necio, cuadrado, todas nuestras ideas son malas y a sus ojos no soy más que una joven que comparada con él, no sé absolutamente nada de la vida. Por muchos años preferí no convivir, quizás era más fácil alejarse que pensar que mi padre no era más que el resultado de una crianza todavía más antigua de disciplina a manera de golpes y gritos, donde tal vez a él tampoco lo dejaron expresarse ni opinar por ello cuando pudo hacerlo, simplemente replicó lo que le instruyeron. Ahora era él el dueño del conocimiento, y sus hijos, los ignorantes. Mi padre no era malo, simplemente nos formaba como a él le enseñaron que se formaban los hijos, y a eso le adherimos que él carga con sus propios síntomas de inferioridad con su padre, para el que quizás él nunca fue suficiente, por eso cada que puede, siente la necesidad de sentirse dominante y líder. ¿Culpar a mi abuelo por haberlo criado así? Bueno, también tendríamos que ver cómo lo criaron a él ¡y la cadena no terminaría! Nos toma muchos años entenderlos ¿cierto?... como bien dicen muchos, hasta que uno tenga que enfrentarse a ser padre perdona y valora a los suyos.
En la escuela primaria fui de las niñas que sufrían el famoso bulling, recuerdo especialmente a un par de niños que me molestaban los cuales yo juzgaba como malos, crueles (bueno, sí lo eran)... pasados los años a ambos les fue bastante mal, no concluyeron los estudios y han tenido problemas con la ley. Al principio me sentí reconfortada de que esa gente que me había hecho daño pagara sus acciones, sin embargo ¿qué sabía yo del ambiente en el que habían crecido? Sí, yo sufría bulling, pero llegaba a casa y mi madre me cuidaba, jugaba con mi hermana, salía de vacaciones. Esos niños no, estaban solos, desatendidos, en familias disfuncionales y su única manera de sentirse observados era llevando reportes a casa por indisciplina. ¿Quién era yo para juzgarlos? ¿O a sus padres por ser "malos"?
Todos tenemos una historia detrás de lo que mostramos al mundo y todas nuestras acciones están relacionadas a lo que hemos vivido y con lo que cargamos, los famosos "traumas" de la infancia, los corazones rotos, los descalabros. No elegimos el ambiente en el que nos desarrollamos durante los primeros años de nuestra vida.
Visto de este modo, la gente mala ¿es realmente "mala"? ¿o mala dicho por quién si no conocemos su historia? Su niñez, su infancia, su adolescencia... ¿Somos nosotros mismos tan buenos como pensamos?
No quiero decir que el hecho de que alguien sea malo justifica que ande por el mundo haciendo sufrir a los demás, lo que trato de decir es que todos tenemos una historia detrás y regularmente emitimos un juicio sin tener la más mínima idea de lo que esa gente ha vivido. No digo que con ello pasemos por alto sus faltas, sino que nos quitemos las tareas que no nos corresponde como juzgarlos o peor aún, vengarnos. ¿Y dejar que se salgan con la suya?... bueno como dijo Dios en esa película, "Nadie se sale con la suya", creo que todos tenemos que pasar por las consecuencias de las decisiones que tomamos. Si creen en el karma o no, no importa, puede ser porque todo se regresa o porque simplemente toda acción equivale a una reacción y cada decisión que tomamos, conlleva una serie de eventos que se desatan de él y a los que tendremos que hacerles frente.
No es justificar sus actos, sino que el ver más allá del simple hecho nos ayuda a lidiar con el dolor y el rencor, quitando con ello un peso de encima que solo los que hemos odiado sabemos de lo que hablamos. Si por el momento alguien no siente que esté listo para hacerlo, está bien, pero sin duda considérenlo para cuando el momento de reflexión llegue.

El sábado siguiente a que vimos David y yo la película, era mi cita en el salón de belleza, por lo que me levante más temprano de lo normal. Iba en mi auto cuando en un semáforo a mi derecha volteo y ahí estaba él, en el auto de junto, mi ex esposo, el malo, el terrible, el hombre que más me había hecho daño en mi vida, el que me había abandonado 3 años atrás. El que pensé que si alguna vez lo veía lo arrollaría con mi vehículo. Volteo a verme, vi su mirada diferente, no sé si era él o era yo que mi coraje e irá se habían aburrido y marchado de mí. Era de nuevo él, el que conocí hace 9 años. Ya sin la cortina de dolor me permití verlo quizás tal cual Dios hubiera querido, como solo uno más de sus hijos, uno de los especiales, de esos que han pasado por mucho y que necesitan más de su mano que yo. No era malo, creo que jamás lo había sido, simplemente era víctima de sí mismo, de su historia, como todos nosotros. Actuó con lo que tenía, con la inmadurez de su edad y muy seguramente con los conflictos de su niñez. Yo no era mejor que él, yo solo había vivido una historia diferente, y quizás había sido más afortunada que él, como con aquellos niños que me hacían bulling. Nos quedamos viendo un segundo pero pareció un minuto, creo que él pensaba lo mismo que yo, porque fue el primero en sonreír, le devolví la sonrisa, levante mi mano en señal de saludo y el semáforo cambio a verde y fui la primera en arrancar. No lo había visto a los ojos desde hacía más de 3 años en nuestra audiencia de divorcio, esa donde al final le dije que jamás me volvería a ver. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces, yo me convertí en la mujer que jamás pensé ser y estaba felizmente casada con mi amigo de la infancia. Y él, bueno, creo que también está bien, la verdad no sé prácticamente nada de lo que ha hecho.
¿Se salió con la suya? Bueno, eso es lo interesante de esto que comento, no era mi tarea que él pagara por sus actos o no. Ni si él había sido bueno, malo, injusto, despiadado,... lo importante era yo, era centrar mi energía en mí, trabajar en mí, ver mis ‘áreas de oportunidad’ para ser mejor pareja la próxima vez, descansar y dejarle a Dios las tareas difíciles de juzgar, enseñar, dar una lección a mi ex, a mis padres, a la gente que me ha herido… De ahí en adelante, mi trabajo era yo, ¡y mi nuevo cabello rojizo!

lunes, 7 de agosto de 2017

CANCER: ¿Lección de muerte o de vida?


Jueves, acababa de regresar de un viaje de trabajo de tres días al Sur de México, estaba algo cansada pero tenía programada una cita con el Oncólogo. No es fácil pararse ahí, el ambiente siempre es frío y tus compañeros de sala de espera son generalmente personas con un cáncer muy avanzado. Yo había tenido suerte, hace dos años mi melanoma1 fue detectado en etapa II por lo que mi expectativa de vida se resumía en detectar de forma temprana una recaída. Fui con la secretaria y le entregué como cada revisión, el resultado de los estudios que con periodicidad me son indicados. Vi de reojo mi expediente, la indicación mencionaba “En vigilancia”. Era una buena noticia dentro de todo, significaba que mi salud estaba bien y que solo debía preocuparme por poner atención para actuar rápido si algo no iba bien. Volví a sentarme y salió del consultorio la paciente que estaba antes que yo en la lista, una señora mayor creo, aunque no sé qué tan grande era, su quimioterapia seguramente había acabado con sus cabellos y aunque tuviera 35 años, para mi parecería como alguien de 60. Me sonrió levemente, a veces pienso que no necesitamos hablar, sabemos que tenemos miedo pero nos sonreímos como diciendo “Entiendo perfectamente lo que estás pasando”. Era mi turno y esta vez no había ido sola, David mi esposo me acompañó. La mayoría de las ocasiones prefiero ir por mi cuenta ya que así quien sea que esté a mi lado, no tiene que vivir el estrés de entrar ahí y esperar no escuchar algún mal diagnóstico. Pero en esta ocasión David se ofreció a ir conmigo, no me negué y pensé que sería bueno él también escuchara los avances e indicaciones.
Todo transcurrió con normalidad, revisamos los estudios de sangre, los cd’s con los ecos y radiografías. Estaba limpia aún… siendo el linfedema2 el único rastro de aquella enfermedad, el cual sabía que no tenía cura pero ya con dos años me había acostumbrado a vivir con él, solo que en ocasiones sí extraño los tacones altos y estilizados, la hinchazón que me provoca esa enfermedad me permite solo usarlos unas pocas horas antes de que mi piel salga por todos lados. El doctor me preguntó cuándo había sido mi último PET-CT3 (yo llamo a ese estudio el “Túnel del Tiempo” ya que es una tomografía donde me inyectan líquido radioactivo y me meten a un túnel  durante media hora sin poder mover ni un musculo, ¡el tiempo pasa sumamente lento ahí!), le dije que hacía un año y medio, así que me dijo “Ok, es hora de programar el siguiente… aún estas con tu aseguradora de siempre ¿verdad?”… La verdad era que no, había cambiado de trabajo y por cláusulas inamovibles de las compañías de seguros, solo me cubrirían mi padecimiento dos años más o un millón de pesos (lo que sucediera primero). Cuando yo supe de estas letras pequeñas, primero me preocupé un poco, pero luego me tranquilicé pensando que como ya habían pasado dos años, seguramente una recaída sería aún menos probables y aunque así fuera, lo detectaría a tiempo y sería “barato” atacarlo con una operación. Le dije esto a mi doctor con toda la seguridad del mundo pero él no pareció estar contento con mi racional de “lo tengo todo bajo control”. “El tratamiento del melanoma reincidente es de 400mil pesos al mes, ese millón de pesos no te será suficiente. El melanoma es engañoso, si recaes es probable sea interno. Además son solo dos años más, aún podrías recaer en 3, 4 o 5… ¿No tienes otro seguro? ¿O ciudadanía americana que puedas comprar uno allá?”… Entré el pánico cuando me comenzó a hacer esas preguntas, la última vez que las escuché fue cuando recién me detectaron el mal y todos los doctores apresuradamente comenzaban a preguntarme si estaba asegurada y de cuánto era la suma. No supe qué contestar más que un “No, no tengo nada de eso”… me quedé en silencio un momento y después dije: “¿Realmente esa es la única solución? Son cantidades enormes de dinero que estoy segura un porcentaje exageradamente alto de la población no lo puede pagar… ¿Qué hacen todos ellos?”… “Se van a su casa” concluyó mi doctor.
Quizás los años y los miles de casos de pacientes enfermos han hecho a los Oncólogos personas muy frías, y aunque uno pudiera entender eso, es muy duro cuando es a ti a quien se lo dicen, no están hablando de una diarrea o de si tu perro es propenso al moquillo, es tu vida, es realmente todo lo que tienes en el mundo. Aguanté las ganas de soltarme a llorar y seguimos con las revisiones físicas. No quería voltear a ver a David, sentía que si lo hacía no podría contenerme. Concluimos la consulta, por ahora seguía limpia.
Crucé por la puerta y afuera de nuevo la sala de espera, ahora era otra señora quien intercambiaba “la sonrisa” conmigo, ella tenía cabello, quizás no había necesitado quimioterapia aún.
Salimos al pasillo rumbo a los elevadores del edificio y me solté a llorar, estaba muy asustada, David me preguntaba qué pasa. Nos sentamos en unos sillones y no quería hablar, no quería decir nada, estaba asustada, tenía miedo. Cuando por fin tomé algo de aire dije: “¿Sabes que en algún momento voy a tener que dejarme morir?”. Creo que contagié a David de mi depresiva actitud porque vi una ligera lágrima salir de sus ojos. La sensación de ese momento era difícil de explicar. Yo realmente en ese instante no tenía nada y estaba tan sana como un competidor de triatlón, pero la verdad me costaba encontrar las palabras para expresar que básicamente estaba muerta de miedo de no saber por cuanto tiempo iba a estar bien y más aún que cuando ese día llegara, tendría que dejar que me consumiera porque odiaba la idea de pensar en tratamientos que dejarían a toda mi familia en la quiebra. Si, estaba adelantándome mucho, mi probabilidad de recaer seguía siendo del 50% (es decir tengo las mismas probabilidades de reincidir y de no reincidir), solo que ahora ese 50% en mi mente se traducía en morir, ya no era de recaer o no recaer, era de vivir o no vivir. Ahí sí sonaba más espeluznante.
Una pareja pasó rumbo al elevador, el piso de Oncología y Quimioterapia no está lleno de globos ni adornos en puertas como el de Maternidad, por lo que a quienes te topas en los pasillos tienen dos tipos de semblantes en su rostro, o muestran una tranquilidad por la fe a la que se adhieren, o están fríos y cabizbajos como molestos con la realidad que les tocó vivir. La pareja se regresó al sillón en el que David y yo nos encontrábamos y solo así la señora me tomó la mano y me dijo que sí se podía y que no tuviera miedo. Ella llevaba las mejores intenciones pero la verdad solo me sentí peor. Más débil.
David me llevó a comer, esta vez no me importó nada y quise una hamburguesa para reanimarme. Durante la comida David me decía que no me preocupara en este momento, que nada estaba pasando, y que cuando ese día llegara buscaríamos qué hacer, pero que no había caso en sentirse mal ahora. David estaba 100% en lo cierto, seguramente es el mismo consejo que yo le daría a cualquier persona que llegara conmigo en esas condiciones, pero aunque tenía razón, en ese momento no quería razones coherentes, no quería consejos, no quería soluciones, quería llorar, desahogarme y sentirme triste unas horas. Luego sabría que habría recuperado la cordura y podría volver de nuevo a la oficina (todo esto ocurrió durante nuestro horario de comida). Pero ¿cómo podría culpar a David por sus consejos?, él estaba viviendo su proceso también, quizás lo que me estaba diciendo era en realidad un consejo para él mismo.
Una de las cosas que David dijo para tranquilizarme era que la vida en sí misma es frágil, que había un alto porcentaje de personas que mueren en accidentes automovilísticos y que quizás eso era más probable a una reincidencia mía. Si, tenía razón, pero esos eran los porcentajes de la población… no se siente igual a que te digan los tuyos, los de tu vida en particular.
Regresé a la oficina unos minutos después, debía atender una junta. Al llegar me direccionan la queja de un alto ejecutivo sumamente molesto porque habían movido su lugar en el estacionamiento, me pareció un tema tan tonto en ese momento… ¿cómo había alguien a quien le importara tanto esas cosas?... Tomé aire, no era él el que estaba mal, era que a mí me acababa de caer un balde de agua fría y por ende algunas cosas me parecían insignificantes… ¿la gente sabe siquiera que tiene vida y que sin ello todo lo demás es una tontería?
Necesitaba hablar de lo que me había sucedido ese día, busqué a mi mejor amigo José para tomar un café al salir del trabajo. Él entendió de qué se trataba, ya había ido conmigo algunas veces a recoger resultados antes. Cumplió su función de amigo y solo me escuchó quejarme y me dio un abrazo, me dijo que quería estar conmigo sin importar lo que viniera después. Me sentí tan afortunada de tenerlo.
Los días transcurrieron con normalidad y poco a poco la noticia dejaba de ser molesta en mi mente, una mañana me dije a mi misma: “Tengo que aprender a vivir con esto”… y entonces sentí como si me hubiera dado cuenta de algo en mi misma frase, tenía que aprender a vivir, con o sin esto, con todo y sin nada, pero el truco era aprender a vivir.
Hace dos años que mi historia en esto comenzó, y ahora que veo cómo me cambió la vida y la forma de ver ciertas cosas me pregunto: “¿Antes sabía vivir?”… ¿Cuántos de nosotros realmente sabemos lo que es vivir y no solo andar por la vida?... La gente que se queja, que lastima, que daña, que hiere, que no hace nada, que es un parásito que consume el tiempo y la energía de otros… ¿Ellos saben vivir? ¿Saben lo que tienen en sus manos? Me identifico y los entiendo porque en algún momento fui así, soberbia, fría, quejumbrosa, molesta con todo. Olvidando con mucha facilidad lo maravilloso que es simplemente estar viva.
El haberme dado cuenta que mi vida tenía límite de tiempo y que en efecto no existía ninguna garantía me sensibilizó a muchas cosas, a disfrutar más, leer más, conocer y aceptar a más gente. A proponerme que cada vida que tocara procuraría dejar una huella positiva desde que comencé a hacerme la pregunta de ¿cómo quiero que me recuerden?
Una situación así no nos sentencia a la muerte, NOS SENTENCIA A LA VIDA. Nos abre los ojos. Si, nos deprime pero también nos impulsa. Nos enseña que hasta ése momento habíamos desperdiciado mucho tiempo para disfrutar y ser agradecidos por lo que nos rodea. Es verdad que es muy triste pero también muy revelador. Da miedo, muchísimo, pero ante semejante situación por fin nos desnudamos ante lo inevitable: Morirás… ¿qué vas a hacer con el tiempo que te queda?





1 Melanoma: Es una grave variedad de cáncer de piel, causante de la mayoría de las muertes relacionadas con el cáncer de piel. Se trata de un tumor generalmente cutáneo, pero también del intestino y el ojo (melanoma uveal) y altamente invasivo por su capacidad de generar metástasis. Actualmente el único tratamiento efectivo es la resección quirúrgica del tumor primario antes de que logre un grosor mayor de 1 mm.
2 Linfedema: Se refiere al tipo de edema producido por una obstrucción en los canales linfáticos del organismo. Tal situación se produce por la acumulación de la linfa (compuesta por un líquido claro rico en proteínas y fibroblastos) en los espacios intersticiales (área existente entre las distintas células de un tejido), dentro del tejido celular subcutáneo. Obedece por lo general a un fallo o a una insuficiencia en el sistema linfático, y trae como consecuencia el aumento del volumen de las extremidades, en forma completa o parcial, y la desaparición de los relieves que por debajo de la piel se aprecian.
3 PET-CT: Estudio de medicina nuclear y tomografía computarizada se utiliza para detectar actividad cancerosa en el cuerpo del paciente.






martes, 4 de julio de 2017

Rescatando el Romanticismo


David y yo no somos precisamente la pareja más romántica que ha existido, y la verdad es que nunca lo fuimos. Nuestra historia de amor no comenzó como muchas, no hubo amor a primera vista y tampoco vivimos la etapa del “cuelga tu primero”. Las circunstancias de nuestra vida nos llevaron a otra forma de apreciar las relaciones. Yo era divorciada y él había salido de una relación que lo había marcado de manera no muy positiva. Aunado a ello, vivíamos en diferentes ciudades por lo que tampoco podíamos ir mucho al cine o a cenar más que una vez cada 3 semanas. Dada mi experiencia de ya haber vivido un matrimonio de esos en donde te casas y todo es maravillosamente nuevo (hasta ir a hacer las compras al súper), repasar ese tipo de vivencias no formaba parte de mis prioridades, más bien quería un compañero de vida, alguien a quien claro yo estimara, me agradara estar con él, me gustara y simpatizara con su forma de pensar, ver la vida y planear el futuro. Ese era David.
Mi amor perfectamente maduro caminó bastante bien los primeros meses, al grado de jactarme de estar por encima de los demás que viven solo de sus emociones, yo no… yo era racional y por ende inmune a los altibajos de una fugaz calentura o desborde de hormonas. Yo quería a David con todo mi cerebro... Nunca pensé que ese fuera un problema.

Con el paso del tiempo nos acercábamos a cumplir nuestro 2do aniversario viviendo juntos. Dos años de convivencia, también conocidos como “Los Terribles 2”. Si, tal como esa edad de los niños en donde se comportan sumamente necios, intransigentes y hacen muchas rabietas. Algunos matrimonios o relaciones de unión libre tienen su primera crisis igual de estresante a los dos años de unirse. ¿Por qué asemejar a esta etapa con la difícil maduración de un niño?, bueno algunos autores la llaman así porque digamos es cuando termina “oficialmente” la sección del enamoramiento y solo tenemos la realidad de frente. Ya no es novedad vivir juntos ni verlo vestirse cada mañana. Vemos sin vendas en los ojos a nuestra pareja casi tal cual es. ¿Y eso es algo malo?... pues no que sea negativo sino que una vez disipada la nube rosa del enamoramiento, muchas veces la realidad no es tan maravillosa, y la temible rutina comienza a hacer de las suyas. Sin embargo y en mi caso particular en donde había inteligentemente omitido el enamoramiento, ¿Sería capaz de salvarme de Los Terribles 2? ¿A qué podría enfrentarme si jamás tuve una venda en los ojos y siempre fui demasiado consciente de lo que estaba viviendo?
Acercándose nuestro aniversario y conforme los meses avanzaban, cada vez más sentía una extraña sensación de vacío y algo de aburrimiento. Sabía que quería a David y cada día lo procuraba aún más, pero como es común en las relaciones, con el tiempo desde las tareas del hogar, hasta el sexo se vuelven rutinarios sin que nosotros así lo queramos. Todo nuestro día a día comienza a formar parte de un guion establecido al grado que empieza a tornarse monótono. Yo tenía un trabajo absorbente, David también. Llegar a casa era dedicarle tiempo a pasear a los perros, tareas del hogar, hacer la comida del día siguiente, hacer algo de ejercicio y bueno, al llegar a la cama uno solo quiere dormir profundamente.  
A pesar de que no era culpa de David, la vida en pareja comenzó a parecerme no tan estimulante como al inicio, y mi manera de vivirlo siendo yo una mujer independiente y con una obsesión por pintarme el cabello de rubio, pareciera que mi crisis de “no quiero ser aburrida” comenzó a sintomatizar al incrementar mis visitas al salón de belleza. De la mano con lo anterior, me gustaba llamar la atención, ser vista y reconocida al caminar, por lo que invertí un poco más de lo habitual en un nuevo guardarropas. El tener nuevas prendas, nuevo cabello y nuevas uñas me dio algo de seguridad, por lo que la gente a mi alrededor parecía notar que me esforzaba en mi aspecto… todos menos mi esposo (o al menos eso yo sentía).
Me preocupaba que David ya no se sintiera atraído por mí, ¿ya se habría aburrido él también?...Luego de una plática con mis circulo de amigas en donde les expuse mi pequeño problemita, ellas sugirieron que yo tomara la iniciativa, así que aun y con mis kilos de más por ser una mujer de casi 30 años (si, no tenemos el mismo cuerpo que a los 20), tomé el papel de seductora, pero pronto sentí que era inútil. Mi esposo se quedaba dormido apenas tocaba la cama.
Posterior a mi fracasado intento de despertar pasiones, un siguiente síntoma se hizo presente. Empecé a escuchar canciones cursis de amor. Tendré que mencionar que a David NO le agradan las baladas románticas, así que yo solo las escuchaba cuando iba camino al trabajo. Cuando encontraba una que me encantaba, dejaba de lado que a David no le gustaban y se las ponía en la noche diciéndole: “Esta canción me hace pensar en ti”… pero no lograba que ni siquiera escuchara la letra. Hacia como que la oía, pero la verdad creo que fingía para no decepcionarme.
Mi hermano y su novia están al inicio de sus 20s y de su relación de noviazgo. Actualmente se encuentran en el pleno enamoramiento, y sus citas, fotos y aniversarios son llenos de corazones y cursis muestras de afecto. Una mujer como yo, donde antepuse la razón a la emoción, llegue a ver patético y algo inmaduro su actuar bajo la frase: “Asi somos todos a esa edad… luego despertamos”. Si, los critique duramente pero, ¿sería que yo quería volver a soñar?
Si alguna vez vieron la serie (no la película) de Sex and The City, recordarán que por ahí de la Temporada 6, Carrie sostiene una relación con un hombre algo mayor. Su nombre era Alexandr y aunque sí lo quería, él parecía ser demasiado maduro y calculador. Quería a Carrie pero ella con el tiempo comenzaba a aburrirse. El día en que terminan ella menciona una frase que se quedó en las fanáticas de la serie: “Soy una persona que está buscando amor. Amor real. Ridículo, inconveniente, apasionado, un amor en el que no se pueda vivir el uno sin el otro”. ¿Será que todas queremos vivir ése amor desenfrenado a pesar de que maduremos? ¿No importa si tenemos 15, 20, 30 o 40?... Si es así, entonces cuando criticamos a las jóvenes parejas románticas no somos honestas y en el fondo las envidiamos al asumir que el romanticismo ha muerto en nuestra vida. Solo escuchemos a una mujer mayor casada, la gran mayoría habla de su pareja como un viejo al que “soportan”. Llegan a conocerse tan bien y a convivir por tantos años que pareciera se resignan a despedirse para siempre del romanticismo. Es verdad, con los años las muestras de amor se traducen a muchas más cosas que en nuestra juventud no vemos, como por ejemplo el que nos apoyen en un proyecto de desarrollo personal o profesional, que nos ayuden a limpiar la casa o que cuiden a los hijos mientras salimos a tomar un café… sin embargo, ¿Por qué el romanticismo pasa a ser lo menos importante?
A pesar de que David y yo no tuvimos un inicio de relación lleno de chispas, al pasar el tiempo descubrí que no me había salvado de Los Terribles 2, solo estaba viviendo una crisis distinta. Yo no había tenido enamoramiento así que el shock emocional fue igual que haberlo perdido como la mayoría. Extrañaba las rosas aunque le había dicho a David que las odiaba.
Como dato relevante, es sabido por todos que la gran mayoría de las mujeres infieles (no justifico pero es parte de la estadística) no son atraídas por el sexo sino por la carencia de afecto. Otro hombre las corteja y tontamente las convence con eso que ellas ya no tienen: DETALLES, ROMANTICISMO, PROMESAS, ILUSIONES, PASIÓN. Entre las frases que una mujer infiel menciona es: “Mi esposo ya no me ponía atención”… Aunque claro, lo ideal hubiera sido que lo hablaran primero y no dejarse llevar por el flamante nuevo sujeto que conocieron en la oficina o el gimnasio.
Yo, aunque no había conocido a nadie y tampoco me encontraba en esa lista de mujeres que quieren encontrar el amor en otra cama, sabía que algo faltaba, así que cité a mi amiga Janet a un café.
Ya lo descubrí  Janet, ya sé que es lo que me ha estado pasando durante varios meses, ¡Extraño el romance!” le dije a mi amiga en nuestro tradicional café desestresador (algún día a la semana a la hora de comida nos escapamos de la oficina para ir por un Starbucks. Solemos hacer esto cuando el día va realmente mal o simplemente cuando sentimos que lo necesitamos). Tenía semanas platicándole a Janet que sentía que algo le pasaba a mi relación. Jamás dudé de mi amor por David, ni del cariño y respeto que le tenía, pero algo me ocurría. Constantemente fantaseaba con canciones románticas que alguien sin rostro me las cantaba con una guitarra y un hermoso traje azul. También veía telenovelas, películas, videos musicales en donde el hombre desea ansiosamente ya no digo tener sexo sino solamente abrazar a su mujer, besarla, acariciarla.
Consternada por mi descubrimiento y decidida a cambiar la situación, el viernes siguiente fuimos a cenar David y yo, y aunque la plática parecía tornarse como todas con temas de trabajo, tomé aire y le dije que había pensado mucho y que necesitaba decirle algo, solo que antes de abrir la boca comencé a llorar y no estaba en mi síndrome premenstrual (que realmente es la única parte del mes donde lloro cada que voy a decir lo que siento)… eso me decía que estaba hablando de algo realmente profundo en mi corazón. David no parecía entender lo que sucedía pero fui más direct (y dejar a un lado el suponer soluciones como las insinuaciones que a las mujeres nos encanta que nos lean la mente): “Extraño el romance”. A lo que David respondió: “Pero si nunca te han gustado las flores”. Era verdad, siempre me quejé de que eran un gasto innecesario y que lo mejor sería que me regalara ese dinero en comida, pero no se trataba del gasto elevado de unas plantas recortadas de un jardín, sino del hecho de que alguien las llevó pensando en ti. “Creo que nunca encendimos la chispa y nos fuimos directo a la relación” admitió David. Él pensaba lo mismo que yo, eso me tranquilizó.
Casi todos los que estamos casados o llevamos ya algún tiempo viviendo juntos sabemos que la relación con la rutina suele perder ciertas cosas que en algún momento les dedicábamos mucho tiempo. No es que ya no las queramos hacer, sino que nuestros labores involucran muchas más  actividades que en los primeros meses de nuestra relación. Esas flores, la serenata, las cursis cartas de amor, los aniversarios de meses, las idas al cine y el dedicarnos canciones. Hoy, aunque sabemos que amamos a nuestra pareja más que cuando era nuestro novio o novia, dejamos de hacer estos pequeños actos (o disminuimos considerablemente la frecuencia) porque digamos que tenemos muchas otras cosas que hacer como limpiar la casa, lavar la ropa, cocinar, ir al gimnasio, ir a trabajar, y bueno, si tenemos hijos esto hace la lista de tareas algo interminable. Estamos tan acostumbrados a dormir y despertar con nuestra pareja que pareciera que es una de las primeras cosas que damos por sentadas en nuestra vida. Somos amados y no es necesario hacer más. Terrible error que lleva a la debacle una relación. Como siempre nos dijeron nuestros padres, el amor es una frágil planta que hay que regar de manera diaria. El trabajo, los amigos, incluso los hijos son sumamente importantes, sin embargo no debemos olvidar ni dejar de lado que tenemos a nuestro lado a una persona que realmente requiere de nuestra constante atención para que permanezca floreciendo. El amor de pareja es el más fácil de perder, ¿por qué?... porque realmente no hay un lazo tangible que nos una como con un hijo, nuestros padres o hermanos. Es mera decisión, voluntad. Por eso la rutina es tan peligrosa, ya que una vez que dejamos se asiente, es cuestión de tiempo para que las cosas se sequen.
Y ahí lo entendí, no importa cómo empezamos nuestra relación, si con el desenfrenado enamoramiento como mi hermano y su novia con sus cartas y canciones, o como David y yo con la racionalidad al máximo. No importa qué tan inteligente seas, las relaciones de pareja nos gustan porque nos hacen soñar en un amor real, ridículo, inconveniente y apasionado. ¿A quién no le gusta que nos hablen bonito, nos digan que somos atractivos o nos lleguen con un detalle sorpresa a la oficina? No importa si eres hombre o mujer, tienes 20 o 40 años, las muestras de cariño nos estimulan y nos hacen sentir valiosos, apreciados, únicos. Aunque queramos negar su belleza menospreciándolas con comentarios despectivos y diciendo que son cursis o ñoños.
… ¿Qué pasó con nosotros luego de esa plática?... Bueno, el sábado David llegó con flores. Tal vez nunca va a cantarme con una guitarra en un escenario las canciones de Sin Bandera, pero escuchó mis necesidades y las tomó en cuenta… Es un excelente comienzo para seguir enfrentando Los Terribles 2, 3, 5, 10...

lunes, 29 de mayo de 2017

¡Auxilio!: ¿Me Puedo Enamorar de Otra Persona Mientras Estoy en una Relación?

El enamoramiento, ese intenso sentimiento apasionado en donde somos invencibles, maravillosos, perfectos. Las canciones toman sentido y de pronto el mundo es un lugar increíble. Esa persona ocupa nuestra mente todo el tiempo, ¡somos tan afortunados!, ¿quién no lo ha vivido ya?, desde que entramos a la adolescencia empezamos en esta travesía de desbordadas emociones. Algunas buenas, otras malas, sin embargo todas apasionadas... pero, ¿qué sucede si no es el mejor momento?, me refiero a que podríamos enamorarnos de alguien que está 'ocupado', o peor aun, enamorarnos nosotros cuando nuestro corazón ya se supone tenía dueño o dueña. Siendo el enamoramiento una emoción tan fuerte y arrebatadora, ¿es posible que esta nos tome por sorpresa? ¿o acaso nosotros queremos creer esto y fuimos quien le abrió la puerta?... ¿Elegimos de quién nos enamoramos?

Me casé muy joven la primera vez, y luego de un interesante matrimonio de apenas dos años, mi ex esposo me confesó se había enamorado de otra mujer (bueno, yo me di cuenta y luego él lo admitió). Me quedé fría cuando me lo dijo después de haberse dado un baño una mañana cualquiera de fin de semana: "Me enamoré de ella, lo siento, sólo pasó". Me hice muchas preguntas en aquel entonces, sin embargo la duda de ¿cómo pasó? fue la que más se arraigó en mi mente por años... fue mucho trabajo el llegar a una conclusión.


Mucho tiempo después, estábamos David (mi nuevo amor) y yo en medio de la cena cuando una plática llevó a la misma pregunta: "Laura, tu sabes que tu y yo somos muy diferentes, tenemos gustos distintos y sé que no soy el tipo de hombre que en un momento querías (David es músico, yo odiaba los músicos)... ¿qué pasaría si conocieras a alguien que cumple con todo lo que habías deseado antes y te enamoras de él?". La duda de David es entendible y casi todos nos lo hemos preguntado alguna vez, ¿Mi pareja se puede enamorar de alguien más?... bueno, la respuesta más obvia es que sí, claro que si, pero no le pongamos la etiqueta de 'soy solo una víctima de cupido' aún, si alguien se enamora de otro alguien, no fue magia, no fueron chispas, no fue 'sin querer'... en algún momento, en algún punto, aunque haya sido muy breve, esa persona tomó una decisión.

Por mi trabajo tengo que viajar a distintas ciudades del país, algunas veces por avión y otras por carretera. Cuando sucede esta última, por seguridad no lo hacemos solos y un compañero suele ir con nosotros, en mi caso es Rodrigo, un hombre que me lleva 10 años y que aunque muchas veces me parece muy 'joven' para su edad, en otras cosas he notado su madurez. Rodrigo en medio de los caminos de carretera me ha contado algunas anécdotas de su vida, sin embargo me ha llamado la atención cómo es que casi siempre concluye con alguna enseñanza que dicho evento le dejó, y por más que el suceso tiene altas y bajas, hay una frase que le he escuchado más de una vez: "Me considero una persona muy consciente de mis emociones, razón por la cual creo que las he sabido dominar y no ellas a mi".

El enamoramiento es un estado emocional donde ya dijimos, queremos todo, lo queremos demasiado, lo queremos ya y lo queremos solo para nosotros, pero ¿cómo llegamos ahí?. Bueno, como todo en la vida tiene un origen, y el de este loco estado emocional fue una simple atracción. Alguien, en algún momento llamó nuestra atención. Lo vimos en la escuela, nos lo presentaron en una fiesta, lo conocimos en el trabajo, pero empezó porque nos llamó la atención, nos atrajo, y esto de la atracción si no tiene nada que ver con una elección. ¡Nos gustó y ya!

Lo he hablado en otros artículos, la atracción existe, es natural y se da estés casado, soltero, divorciado, lo que sea. Pero entonces, ¿cómo pasamos de la atracción a un: "¡ups!, estamos enamorados"? Bueno, he aquí donde entra la conciencia y control de emociones. La verdad es que en algún punto decidimos dejarnos llevar. "El proceso de enamoramiento suele comenzar con una atracción física inicial hacia otra persona. A continuación, se potencia con una atracción personal y se dispara definitivamente cuando se presenta un conocimiento o sospecha de que existe reciprocidad en la atracción". No es lo mismo que alguien llame nuestra atención a que comencemos a propiciar encuentros, coincidencias, pláticas encaminadas a conquistar o que nos dejemos llevar por el coqueteo de la otra persona. Aquí volvemos al juego de las emociones conscientes como lo decía Rodrigo. No es mas que sabernos humanos y sabernos controlar.

Aquella cena con David la concluí con una frase: "Puedo conocer al 'hombre perfecto', pero será mi decisión el que algo suceda o no... y a estas alturas de mi vida prefiero optar por la tranquilidad y la estabilidad".

En conclusión, ¿es posible que nos enamoremos de otra persona mientras estamos en pareja?... si, es posible pero solo si nosotros lo permitimos, la clave será ser conscientes de nuestras emociones, aceptar la atracción como algo natural y posteriormente pisar tierra y dejarla pasar. No propiciar conversaciones o actos que hagan que un cruce de miradas se convierta en un flechazo y luego nos metamos en problemas de los que nos cueste mucho trabajo salir. No ocurrirá de la noche a la mañana, seremos nosotros quien le demos entrada.

... ¿y si nuestra pareja se enamora de alguien más?... bueno, está de más que les diga que no pasó de la nada, nuestra pareja así lo decidió y no hay mucho que hacer.

Mientras más seamos amigos de nosotros mismos y mejor conozcamos nuestros sentimientos y la manera en que las emociones funcionan, mucho mas fácil será dominarlas y con ello nos evitaremos problemas. ¡Es hora de tomar las riendas de nuestra vida!

Laura Franco

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  Teníamos solo un mes juntos pero eso no era impedimento para las palabras, las promesas, las ideas, los sueños y las ilusiones. Me habí...