Iniciaré esta columna enfatizando que la infidelidad NO distingue sexo, hay tantas mujeres infieles como hombres, pero para esta ocasión es necesario que toque el tema desde la base masculina a fin de enlazarlo con las mujeres que se involucran con ellos. Gracias.
Cuando mi situación de divorcio
por adulterio era reciente, una muy allegada vecina hizo la fuerte declaración
“Es culpa de las mujeres, si todas nos
diéramos a respetar y le pusiéramos un alto a cuando un hombre comprometido se
nos insinúa, nada de esto sucedería”. Es imparcial culparnos por algo que
involucra a dos personas (o más), pero nuestras madres y abuelas pudieron no
haber estado tan perdidas cuando por años nos dijeron: “El hombre llega hasta donde la mujer quiere” (aunque suene
machista). Mi vecina que menciono, es una mujer soltera, joven e independiente,
muy atractiva y tiene un estable trabajo en un banco de la ciudad, jamás le han
faltado pretendientes, incluso los que están casados; sé de buena fuente que
ella no ha caído por alguno de ellos pero ¿Qué sucede con las que sí? ¿Se trata realmente como dicen de una baja
autoestima? ¿O es que en verdad sus sentimientos de amor son puros?... Y ¿Qué pasa por la mente de esos hombres infieles
que cada día parecen ser los más comunes? ¿Realmente se enamoran tantas veces?
Aquí hay dos puntos:
- Los hombres que son infieles
- Las mujeres que caen por ellos
En el libro “La última
oportunidad” de C. C. Sánchez, se menciona una teoría de que los hombres son
infieles por una de dos razones (aunque puede ser por ambas): LOS LASCIVOS Y LOS COBARDES. Los
lascivos son personas como su nombre lo dice, “libidinosos”, siempre tienen
ganas y no suelen involucrar sentimientos (ej. Los que son infieles con varias
mujeres, en ocasiones prostitutas y eventos de una sola noche), lo hacen solo
por el deseo sexual y la necesidad arrebatada de satisfacerse. Y por otro lado tenemos a los cobardes, los
hombres que arreglan sus problemas maritales con más problemas; a los que
comúnmente les escuchas las frases de “ya me
estoy separando” “mi pareja no me
entiende” “ya casi cortamos”... y
éstos últimos son los que van más de la mano con el segundo punto: Las mujeres
que caen.
Un allegado mío lo considero
infiel lascivo, y he tenido la fortuna de convivir de cerca y poder preguntarle
las razones de sus actos:
El: “Sé que está mal, pero no puedo dejar de hacerlo, la ocasión se
presenta y sucede”
Yo: ¿Sientes culpa?
El: “No pienso en ello realmente… La verdad me gana la tentación”
Yo: ¿Amas a tu novia?
El: “Si”
Yo: ¿Y qué pasará si se entera?
El: “No lo sé, espero que nunca lo haga”
Yo: ¿Ella sospecha?
El: “No, como no tengo nada que ver emocionalmente con las otras
mujeres ella no nota cambios en mi”.
Pareciera entonces que los
lascivos se mueven principalmente por “instinto animal”… ¿y los cobardes? Ellos
se mueven con egoísmo, saben que existe un problema (aunque no necesariamente
debe haberlo) y lejos de buscar resolverlo, encuentran la salida fácil en “otros
brazos”. Puede que su pareja ya no le satisfaga en algunos aspectos y sin la
intención de entablar el diálogo y pedir lo que a uno le hace falta de la
manera más apropiada, mejor se salen a buscarlo afuera, al fin egoísmo, ya que para
ellos lo único que importa es que NO se sienten satisfechos y merecen estarlo a
costa de todo y de todos… y bueno, desgraciadamente siempre habrá quien les
siga el juego: las mujeres que caen.
Rebeca era una mujer muy joven, con
un futuro bastante prometedor, una buena carrera, inteligencia académica,
bonita, soñadora e ingenua, siendo ésta su peor cualidad. Al principio pensé
que se trataba de una cuestión de “ganar” cuando comencé a saber de su
existencia, era muy seguramente una arpía con intenciones de llevarse a mi exmarido,
pero con el transcurso de las semanas me fui dando cuenta que no era más que
una niña bastante perdida y enredada en una tremenda telaraña de mentiras, fantasias y totalmente falsas ilusiones; por todo lo que leía de ella descubrí que estaba perdidamente enamorada de una persona que no existia ya que obviamente yo lo conocía a él bastante bien. Jamás me tomó ni una llamada ni me contestó un solo mensaje las veces
que tontamente intenté confrontarla, en ningún momento me dijo nada a mí, ni un
insulto, ni una agresión física o verbal (con sus actos era suficiente quizás)…
eso me decía que no era una perra, o al menos no del tipo que ladran. Conforme destapaba
más esa coladera de engaños y mentiras me percaté de todas las cosas que ella
hacía por mí entonces pareja: transferencias de fuertes sumas
de dinero (en forma de “regalos”), poemas, canciones, correos rogándole,
fotografías comprometedoras,… y ahora me pregunto ¿era tan mala como pensé? ¿o simplemente
se había enamorado? ¿tenía baja autoestima? ¿o estaba segura de lo que quería e
iba a hacer todo lo posible por conquistarlo?
El jueves le seguimos…
Es verdad, existe enamoramiento
detrás de hacer todo ese tipo de cosas por alguien, sea quien
sea y sin necesidad de que esté o no ocupado, pero las mujeres que por alguna
razón eligen ser “las otras” y más aun las del tipo que “se enamoran”, en verdad
SI existe un tema de autoestima y valores bastante revuelto, de alguna forma ponen en una balanza y se
CONFORMAN y se justifican del mismo enamoramiento reiterando la pureza de su sentir. Al aceptar ése estilo de
vida, ellas están dejando en claro que no merecen a un hombre que las lleve a
conocer a su familia y las presuma con el mundo, la obscuridad se vuelve normal
ya que ser la sombra ESTA BIEN… suena horrible pero así es. Ellas, al menos por
una temporada, están a gusto con el tiempo de sobra que su enamorado les quiera
dedicar y sobrevaloran los pequeños detalles (que les envíen unas flores por
ejemplo si no las han atendido en días, para mantenerlas tranquilas)… aunque
quiero recalcar que la mayoría en el fondo sufren porque saben que NO lo tienen
y sueñan ansiosas con el día en que sean solo de ellas y bajo esa premisa se
mueven, ése es su motor del día a día, la esperanza de que algún día el amable
sujeto llegará a decir “Listo, dejé todo, ahora solo seremos tú y yo”.
Y a estas chicas entonces ¿Hay
que odiarlas? ¿Crucificarlas? ¿Arrojarles piedras?... mejor tomemos una postura
más ecuánime, aquí nadie es perfecto y todos somos expertos en las relaciones
de los demás ¿y las nuestras?, ¡pum!
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