A mis 20 años tuve mi primer trabajo formal en una Compañía grande
y bien establecida. Yo ingresé como Asistente del área de Recursos Humanos y
mis compañeros (un hombre y dos mujeres) eran algunos años mayores que yo.
Conforme pasaba el tiempo nuestra relación de trabajo mejoraba y día a día nos
teníamos mucha más confianza, al grado que no solo tocábamos temas laborales
sino charlábamos de problemas personales, situaciones familiares y claro, de
nuestra opinión acerca de otros compañeros. Una mañana nos tocó conocer a la
Asistente de uno de los mas altos directivos de la empresa. Era una mujer
iniciando sus 30, delgada, rubia, de estatura mediana y bien vestida. Fue
amable con nosotras y hasta intentó hacernos plática en la primera oportunidad
que tuvo mientras nos preparábamos el café. A las pocas horas se retiró y mis
compañeras féminas no tardamos en hacer nuestros comentarios al respecto… sí,
hablamos pestes de ella.
“¿Viste la ropa que traía?” “¡Mande con su labial barato!”
“¿Cuánto tiempo tiene en la empresa? ¿Ya tan rápido es Asistente del Director?”
“Yo escuché que ‘algo’ había hecho para llegar ahí” “A leguas se ve que es
medio llevadita”.
No importa qué tan buena gente seamos, hay que aceptarlo, el
sentido de competitividad femenina está arraigado en nuestro ser y quitarlo
requiere mucha madurez. No es necesario irnos tan lejos, seguramente has vivido
alguna vez que en una boda otra señorita llevaba el mismo vestido que tú (no
somos famosas de Hollywood como para que un diseñador nos realice una pieza
única, así que siempre corremos el riesgo de toparnos a alguien con el mismo
gusto)… ¿Qué es lo primero que nos viene a la mente cuando eso sucede?... ¡A
QUIÉN SE LE VE MEJOR!. Pareciera que estamos siempre en una carrera, en una
competencia contra las que son de nuestro género. Si una conocida se pone en
forma podemos hasta acusarla de haberse pasado el bisturí por todo el cuerpo.
En las reuniones con ex compañeras de la escuela pareciera que va a haber un
concurso de quién engordó menos estos años.
En las relaciones tampoco estamos exentas de ser unas crueles
juiciosas de otras mujeres. Piénsalo un poco, conoces a un chico, parece ser
maravilloso, y entonces, sale a relucir el tema de una ex novia, la vemos como
una bruja, enemiga, arpía y mal nacida que abusó de la buena voluntad de un
santo que ahora es nuestra pareja. Sin conocerla la odiamos y criticamos.
Nuestro hombre puede decir pestes de ella y claro ¡las creemos! Y hasta le
agregamos de nuestra cosecha. Piensa en otro ejemplo, nos hemos enamorado del
típico y flamante hombre comprometido, ese que habla mal de su mujer, que es
una desobligada, que no lo atiende, que no le importa… ¡pobre de él! ¡Maldita
bruja! Siendo que él esta engañándola con nosotras.
Volvamos al plano de lo profesional, miramos a una mujer que ha
logrado altos puestos Gerenciales o Directivos y creemos que es una fémina dura
y sin corazón… Preferimos como superiores a los hombres porque entre mujeres
chocaríamos… ¡BASTA!, tanta innecesaria guerra y mala competencia por lograr
ganar cuando en realidad, lo que deberíamos estar haciendo es valorar, admirar
y aprenderle algo a esas mujeres que logran o están en algún lugar o posición
donde nosotros quisiéramos llegar. Que consiguieron el puesto de trabajo
soñado, el cuerpo ideal, una buena pareja. ¿Sabemos qué está detrás de toda esa
mala competencia femenina?... Envidia, inferioridad, inseguridad de nosotras
mismas. Desprestigiamos a las que vemos amenazantes porque quizás están sobre
nosotros en intelecto, capacidad o incluso en dedicación, esfuerzo y disciplina
(envidiamos a las de buen cuerpo pero a nosotras nos cuesta pararnos de la cama
a hacer una abdominal). Seamos honestas, hay mucho campo por hacer a la hora de
en lugar de aplastarnos, apoyarnos las unas a las otras. Si vemos que una
compañera ha llegado a importantes puestos en la compañía, ¡qué bueno!, hay que
ver que podemos aprenderle en lugar de criticarle. Una conocida puso un negocio
y apenas arranca ¡vamos a comprarle sus servicios!, en lugar de secretamente
desprestigiarle con comentarios de “que absurdo, nadie irá a su tienda”.
Detrás de toda esa insana competencia y guerra de chismes y
habladurías entre nosotras mismas, escondemos el miedo, miedo a que hay una
mujer que es mejor que una y debemos encontrar la forma de bajarla, si, a
nuestro nivel. ¡Qué bajeza!
Abramos los ojos, los hombres son muy buenos para eso de la
practicidad y complicidad, si ellos usan la misma camisa que otro se convierten
en hermanos mientras que nosotras, en enemigas. Entre ellos se cuidan aunque no
se conozcan (¿han oído hablar del término “bro-code”?) y nosotras a nuestras
mismas amigas somos capaces de echarlas de cabeza. ¡Tenemos tanto que
aprenderles!
Haz una buena acción en pro del resto de nosotras mismas, no las
critiques, admíralas, y si no puedes admirarlas, entonces solo ignóralas pero
jamás las rebajes. Una niña inmadura critica a otras, una gran mujer engrandece
a las de su género.
Laura Franco
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